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Revista Observaciones Filosóficas


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art of articleart of articleEl retorno del sujeto. Conceptos y representaciones en la filosofía de Alain Badiou

Dr. Roque Farrán - CONICET Argentina 
Resumen
En este artículo abordaré la cuestión del sujeto tal como es pensada por Alain Badiou, simultáneamente, en una doble inscripción: por un lado, en cierta continuidad crítica con la tradición filosófica occidental; y por otro lado, en discusión y litigio constante con el psicoanálisis. Pero también mostrando la relación de este concepto con los debates y problemáticas político-filosóficas contemporáneas que se derivan de este cruce entre discursos. En este sentido, intentaré exponer que existe en Badiou una perspectiva original sobre el concepto de sujeto (y su complejo modo de representación), a partir del despliegue de conceptos básicos de la filosofía badiouiana y de algunas categorías psicoanalíticas, lo cual exige una revisión crítica mucho más amplia de los ordenamientos discursivos que disponemos para pensar estas complejas relaciones (matemáticas, ontología, ciencia, arte, política, etc.).

Abstract
In this article I will approach the question of the subject as it is thought by Alain Badiou, simultaneously, in its double inscription: for one hand, in certain critical continuity with the philosophical tradition and, for other and, in discussion and litigious constant with the psychoanalysis. But also showing the relation of this conept with the contemporary political and philosophical debates and problematic. In this respect, I will try to expose that Badiou present us an original perspectives about the concept of subject. I will try to show this by unfolding some of the basic concepts of Badiou´s philosophy and of psychoanalytic categories, which demands a much more wide critical review of the discursive classifications that we arrange to think this relations complex (mathematics, ontology, science, art, politics, etc.).

Palabras clave
sujeto, estructura, acontecimiento, verdades, ontología, psicoanálisis, matemáticas

Keywords
subject, structure, event, truths, ontology, psychoanalysis, mathematics

Introducción

En este artículo intentaré interrogar la originalidad y pertinencia del concepto de sujeto desplegado en la filosofía de Alain Badiou. Para ello efectuaré distintos recorridos y variaciones conceptuales, que involucrarán discursos heterogéneos con puntos de convergencia y divergencia entre sí. (1) Primero abordaré una presentación general de la posición filosófica de Alain Badiou; (2) luego, efectuaré un breve desplazamiento dentro del contexto más específico de ciertos debates político-filosóficos actuales; y, por último, (3) me centraré en el análisis concreto de algunos de los conceptos básicos de su filosofía, para concluir (4) con un breve señalamiento sobre la deuda respecto al estructuralismo. En cada uno de estos puntos el asunto (sujet, en francés) del sujeto será circunscrito diferencialmente.

Desde mi punto de vista, Alain Badiou -ese nombre propio y la obra heteróclita que reúne- es el índice y factor de un acontecimiento que excede, por su naturaleza événementielle1 (acontecimental) misma, el ámbito exclusivo de la filosofía francesa al que, lógicamente, se lo podría intentar reducir; o incluso al de la “crisis del marxismo” –según cuál sea la orientación teórico-metodológica del investigador. Soy más o menos consciente del riesgo que entraña tal afirmación, sobre todo si se tiene en cuenta que contradice abiertamente lo enunciado por el mismo Badiou, a saber: que la filosofía no puede aspirar a producir en su seno ningún acontecimiento ni puede ser ella misma un procedimiento genérico de verdad. Es cierto. Badiou no podría dar cuenta de su propia posición enunciativa, es decir, de aquello que hace efectivamente al reestructurar el campo conceptual filosófico. Pero yo –por otra parte, como cualquier otro- sí puedo hacerlo: me habilita el simple hecho que hablo desde otro lugar, desde otra posición enunciativa. Así pretendo dar cuenta que cuando se habla de sujeto, desde esta singular concepción filosófica, se está irremediablemente implicado y se corre un riesgo ab-soluto. Como decía Lacan “de nuestra posición de sujeto siempre somos responsables”. Para entender que esta posición no se inscribe en una simple perspectiva subjetivista es que se expondrá el concepto de sujeto.

A partir de aquí voy a proceder a contextualizar mínimamente el pensamiento de Alain Badiou; primero, en relación a cómo concibe él mismo su intervención en el campo de la filosofía; luego, en relación a un debate intelectual que lo sitúa indirectamente (o no tanto).

I. Contexto

En la introducción de El ser y el acontecimiento Badiou efectúa un rápido diagnóstico de situación respecto del pensamiento de la época: desde Heidegger y el retorno griego hasta los filósofos anglosajones y la lógica-matemática; desde Marx y la actividad política hasta Lacan y la anti-filosofía; todos coinciden en la imposibilidad de una sistemática especulativa (Badiou, 1999: 9). “Mi intervención en esta coyuntura consiste en trazar allí una diagonal”2 afirma Badiou, y señala tres puntos del trayecto: con Heidegger la cuestión del ser; con la filosofía analítica la revolución matemática de Frege a Cantor (y Cohen); por último, con el marxismo y el psicoanálisis una doctrina post-cartesiana del sujeto ligado a la práctica (política y clínica, se entiende).

Esta trayectoria espacial requiere además de ciertos entrecruzamientos temporales. Nos encontraríamos -dice Badiou- atravesando una tercera época de la ciencia en la que primaría la racionalidad como “decisión de pensamiento” (luego de la invención matemática griega y del corte galileano); una segunda época del sujeto (escindido, asustancial, descentrado; luego del sujeto cartesiano auto-centrado); y, por último, un comienzo de la doctrina de la verdad separada del saber (en ruptura con la idea de adecuación y de objeto) (Badiou, 1999: 10-11)

Con estas breves demarcaciones, Badiou nos adelanta su tesis principal: “la ciencia del ser-en-tanto-ser existe desde los griegos, ya que tal es el estatuto y el sentido de las matemáticas.” Por lo tanto, la filosofía “circulará” entre esta ontología, las teorías modernas del sujeto y su propia historia.

¿Cuáles son entonces las condiciones modernas de la filosofía? Pues: la historia del pensamiento occidental, las matemáticas post-cantorianas, el psicoanálisis, el arte contemporáneo y la política inventiva. La filosofía no puede coincidir plenamente con ninguna de ellas (lo que sería una ‘sutura’) ni elabora tampoco su totalidad (enciclopedia o saber absoluto). Hay que enfatizar, por tanto, el papel circulante (a puro gasto), diagonal, composibilitante de la filosofía con respecto a los diferentes dispositivos discursivos señalados. Se tratará de proponer un marco conceptual común para pensarlos conjuntamente. Así, al evitar toda ambición fundadora, la filosofía se destina al cuidado de las verdades singulares de su tiempo.

Por ello es que la filosofía, dirá Badiou, no surge en cualquier momento histórico. Es en Grecia donde convergen simultáneamente la invención del matema, el poema (y su interrupción), el amor y la política democrática (Badiou, 2007: 13). Todos ellos procedimientos genéricos, verdades o pensamientos que se originan en un acontecimiento: algo imprevisto, excepcional, contrario tanto al saber reglado como al estado de cosas. Lo paradójico de estas verdades, que surgen de lo novedoso y suplementario a la situación, es que tocan su ser más estable: lo originario. Pero esto es lo no sabido (l`insú), lo que hay que pensar cada vez. Hay aquí en juego una serie de conexiones topológicas, de inversiones y pasajes insólitos entre anverso y reverso donde lo extraño (lo novedoso) deviene familiar y lo familiar (el estado de cosas) se torna extraño; o para decirlo en términos freudianos: lo unheimlich. Badiou lo piensa en términos matemáticos: lo ‘originario’ es el orden más riguroso, antepredicativo, cuyo esquema ontológico son los múltiples ordinales.

Desde mi punto de vista, quizás lo más interesante y a la vez problemático del planteo badiouiano es cómo logra articular la multiplicidad de verdades singulares con la unidad de pensamiento que ofrece la filosofía. La operación específica consiste básicamente en una inversión de las relaciones que históricamente ha establecido la filosofía con las demás disciplinas: ciencia, política, arte, amor. Habilita un pasaje desde los dispositivos de subordinación (división regional, normativas, teleologías, etc) a la idea de ‘condición’, donde cada procedimiento singular subordina ahora al discurso filosófico. Veamos cómo expresa en este otro párrafo cuál sería, bajo estas condiciones, la tarea de la filosofía: “proponer un espacio conceptual unificado, donde encuentren su lugar las nominaciones de acontecimientos que sirven de punto de partida a los procedimientos de verdad” (Badiou, 2007: 17)

Lo que no explicita Badiou, es la conformación necesariamente irregular y topológica –según mi punto de vista- de esta disposición espacio-temporal (y conceptual); es decir, un ordenamiento que admita movimientos complejos de reestructuración sucesiva y retroactiva donde los diferentes estratos discursivos se atraviesen y yuxtapongan sin confundirse, no sólo diferenciándose en niveles claros y distintos. No puede tratarse, por tanto, de una estructura geométrica rígida, ni jerárquica, al modo de las grillas clasificatorias de un saber enciclopédico que encuentra siempre, para cada hecho singular, su lugar lógico con lo cual finalmente lo destruye. Pero tampoco puede ser un procedimiento caótico, desordenado o ecléctico.

La filosofía de este modo piensa su tiempo a partir de la puesta-en-lugar-común de los procedimientos genéricos de verdad y, sean cuales sean sus operadores conceptuales, los piensa ‘conjuntamente’. No propone una verdad de la cual se derivarían por deducción todas las demás, sino la reunión de las múltiples verdades en un tiempo único, en un cruce simultáneo entre singularidades irreductibles. Los operadores conceptuales filosóficos son dispares, heterogéneos, tanto como los acontecimientos y verdades que composibilitan, y no admiten las totalizaciones enciclopédicas de un “lenguaje universal”. Escribe Badiou: “La filosofía debe inventar categorías conceptuales en cada ocasión y renovarlas de manera que propongan un espacio de pensamiento donde los acontecimientos singulares que ocurren en tanto verdades se dejen pensar como composibles”3

Pasemos ahora al debate sobre el sujeto en clave político-filosófica.

II. Historia intelectual

Existe un debate intelectual, bastante reciente por cierto, en torno a la idea de ‘retorno del sujeto’4. Lo cual nos evoca inmediatamente la figura de algo que volvería desde algún lugar indefinido situado en el pasado. Sin embargo, hay otros modos de pensar la idea de retorno y asimismo la de temporalidad; modos que también entran en juego al momento de pensar el concepto de sujeto implicado (pensemos en el eterno retorno nietzscheano, el retorno de lo reprimido freudiano, el automaton aristotélico, etc.). La cuestión de la temporalidad es funda-mental en este contexto de discusión; ya volveremos sobre ella.

Aquí la disciplina conocida como Historia intelectual intenta brindar algún mínimo rigor conceptual al marco epistémico en que se despliegan estas discusiones.

Palti analiza el ‘retorno del sujeto’ desde la perspectiva de la Historia intelectual. Sigue allí al Foucault de Las palabras y las cosas para delimitar distintas epistemes y umbrales de historicidad en torno al concepto de sujeto. La metodología de la Historia intelectual consiste, básicamente, en detectar anacronismos conceptuales e inconsistencias en aquellos planteos teóricos que aplican conceptos actuales a contextos epocales distintos (mitología de la prolepsis), o a la inversa: utilizan conceptos cuyos estratos de saber ya no se sustentan para pensar problemas actuales (mitología de la retrolepsis). Esto permite marcar cierta vección (Bachelard), establecer posibilidades e imposibilidades entre las distintas formaciones conceptuales sin recurrir a la idea, también anacrónica, de progreso o evolución de las mismas.

Palti además de resaltar la diferencia entre episteme clásica y moderna que elabora Foucault en su diferencia con Heidegger, propone una nueva ruptura en los regimenes de saber estudiados que no habría sido captada por el propio Foucault, al encontrarse éste en el mismo punto de inflexión o pasaje entre una episteme y otra. Se trata, por un lado, de la ruptura con la episteme moderna que comienza con lo que Palti llama la “Época de las formas” (a fines del siglo XIX), cuando cae la idea central que organizaba aquel régimen de saber: la idea de evolución como un proceso lineal de despliegue continuo orientado por causas finales. Y, por otro lado, con la disolución de esta misma “Época de las formas” y la oposición tensionada entre fenomenología y estructuralismo, a mediados del siglo pasado. Esta recomposición general de los regímenes de saber está centrada en torno al concepto de acontecimiento y la posibilidad de pensar conjuntamente razón y cambio (estructura y formas de vida), es decir, de manera intrínseca y no opositiva, superando la dicotomía entre fenomenología (el sujeto como acción intencional) y estructuralismo (el sujeto como efecto de estructura). Aquí Palti menciona principalmente a Derrida y su elaboración filosófica de la dislocación interna de toda estructura discursiva, llevando aún más atrás la auto-reflexión fenomenológica husserliana mediante la identificación de un centro vacío (khöra) en el punto de cruce entre sentido y sinsentido, etc.

Sin embargo, más acá de Derrida los autores llamados “marxistas posestructuralistas” intentan pensar modos de articulación positiva de la brecha ontológica. Laclau por ejemplo, a partir de una ontología lingüística donde la objetividad es construida por medio de mecanismos retóricos, busca articular la instancia vacía del universal (el hecho de que no haya significados trascendentes) con un particular dislocado de la lógica de las diferencias; elabora así los conceptos de “antagonismo” y “articulación hegemónica”5 (Laclau, 1987 y 2007). Žižek, por su parte, intenta pensar esta dislocación estructural a partir del ‘síntoma’ como exceso singular que trastoca la lógica particular-universal; y en uno de sus últimos libros: Visiones de paralaje (Žižek, 2006) tematiza esta misma idea del real lacaniano a partir de la brecha de paralaje, rastreándola en diferentes discursos (física cuántica, neurociencias, literatura, filosofía, etc.)6. La brecha de paralaje consistiría en la no coincidencia del Uno consigo mismo, la tensión irresoluble entre dos opuestos que no tienen nada en común y sin embargo están estrechamente vinculados, como los dos lados aparentes de una banda de Möebius. No hay identidades positivas sustanciales –dice Žižek -, el filósofo circula en los intersticios discursivos, diagonaliza las diferencias particulares, articula un ‘singular universal’ atravesando la mediación del particular. Su cercanía a Badiou es indudable.

Es decir que para el post-estructuralismo “la radical historicidad de los sistemas sociales” queda sujeta a un modo de concepción en la que éstos nunca se encuentran completamente autorregulados, “sino que en su centro se encuentra un vacío, lo que determina su permanente disyunción respecto de sí mismos […]Desde esta perspectiva, ya no cabría concebir al ego, en tanto que agente del cambio, como algo previo a las estructuras (el puro acto institutivo de sentido), pero tampoco como un mero efecto de estructura, como postulaba el estructuralismo, sino, más bien, como un efecto de des-estructura” (Palti, 2003: 45) La temporalidad, finalmente, ya no será en este nuevo régimen de saber algo que a las Formas les venga “desde afuera”, sino que se alojará en su interior, en su simultánea necesidad-imposibilidad de constituirse como objetividad auto-contenida.

Laclau dice en una entrevista reciente: “Es por eso que quisiera poner en cuestión el carácter excluyente de las alternativas que tú planteas –o bien la subjetividad como el efecto pasivo de las estructuras, o bien la subjetividad como autodeterminación. Esta alternativa permanece enteramente dentro del contexto de la concepción más tradicional de la identidad […] Es por eso que la pregunta acerca de quién o qué hace transformar las relaciones sociales no es una pregunta pertinente. No se trata de que “alguien” o “algo” produzca un efecto de transformación o de articulación, como si la identidad productora fuera de alguna manera previa a ese efecto. Por el contrario, la producción del efecto es parte de la construcción de la identidad de agente que lo produce”7. Hay aquí en juego una lógica recursiva: el agente produce en parte el efecto pero éste a su vez genera retroactivamente la identidad del sujeto.

Más allá de las pequeñas diferencias que se puedan presentar entre estos autores, el punto álgido al que todos ellos apuntan son las posiciones extremas más relativistas. Apenas voy a mencionar la discusión, sólo quiero situar, en un breve desplazamiento, la ineludible problemática que plantea el concepto de sujeto y su incansable retorno.

El debate, entonces, se centrará alrededor de la idea prevalente que, tras las posiciones relativistas posmodernas, herederas de la ‘muerte del sujeto’, se difumina toda posibilidad de cambio histórico-político y emancipación; por lo tanto se propone volver a tematizar el concepto de sujeto moderno y lo que allí habría quedado impensado. Según Manfred Frank, en un artículo titulado What is neostructuralism? (citado por Palti), Foucault no habría dado con la definición verdadera del sujeto moderno: “la teoría del cogito no reflexivo”. De este modo, Frank plantea “…una línea continua desde Descartes y Spinoza, a través de Rousseau, Fichte, Schelling, Feuerbach, Kierkegard y Schopenauer, a Darwin, Nietzsche, Marx y Freud, todos los cuales, aunque con acentuaciones diferentes, permiten fundar la autoconciencia del sujeto en algo de lo que no es él mismo conciente y del que depende absolutamente” (Palti, 2003: 48).

La crítica que formula Palti a esta concepción histórico-filosófica es que reúne conceptos de sujeto muy diferentes entre sí y que, al hacerlo, supone una especie de idea trascendental-eterna de sujeto que atravesaría distintos estratos de saber; en lugar de un vínculo contingente entre aquél, política e historia.

El problema, que no puede reconocer Palti, es que en su perspectiva historiográfica también existe un trasfondo de necesidad sobre el cual leer la contingencia; éste es el saber estratigráfico más o menos ordenado y direccionado que otorga inteligibilidad a los conceptos analizados mediante una arqueología de saber. La cuestión fundamental es, en este sentido, no sólo que hay que pensar al sujeto sino que la misma posición desde la cual hoy se piensa está puesta en juego. Debido a la radical contingencia de todo discurso no hay neutralidad posible, es decir que el investigador mismo resulta implicado en tal toma de posición, lo asuma o no. Digamos que, en el orden discursivo en el que nos encontramos, el arqueólogo forma parte de los restos estudiados.

Sabemos que todo gesto filosófico de auto-fundación radical excluye algo, necesita expulsar o rechazar algo sobre lo cual constituir su fundamento (pensemos en el cogito cartesiano y la locura); aunque ese ‘algo’ hoy pueda ser señalado como mero efecto de un encuentro contingente, azaroso y no como algo sustancial. El problema reside, entonces, en que no se trata simplemente de oponer eso excluido a lo propuesto positivamente por determinado pensamiento (o autor) con el objeto de mostrarle su propia contingencia, sino de dar cuenta de su reverso impensado para entender mejor la radicalidad del gesto y sus consecuencias en lugar de aceptar sus proposiciones dogmáticamente. Este es el lado estructural (topológico) del retorno del sujeto.

Veamos más en detalle la propuesta filosófica badiouiana para entender la originalidad de sus conceptos.

Lo real en la filosofía

Entonces, podemos situar el pensamiento de Alain Badiou en el contexto específico de “la crisis de la tradición marxista” (Palti, 2005), y, de este modo, circular en torno al paradójico concepto de lo real que, en tanto se trata de lo rechazado, excluido, lo que resiste una completa simbolización, no permite fijar los términos del desacuerdo fundamental (Rancière, 1996); aún menos de cualquier precario acuerdo sostenido mediante el consenso o la negociación de los términos. Razón por la cual siempre se está en disputa, incluso entre quienes comparten posiciones teóricas muy próximas (algo ya clásico en la izquierda). Se pueden trazar así las vías aporéticas en las que desembocan la mayoría de las elaboraciones teórico-políticas actuales.

Pero también es posible estudiar el pensamiento de Badiou en el ámbito más general en el cual él mismo intenta inscribirse: el de una crisis producida en el seno de la filosofía, la cual, según el diagnóstico del filósofo francés, se hallaría inmovilizada por su propia historia. En el primer caso –el de la crisis del marxismo- permaneceríamos en el espacio circunscrito por la Historia Intelectual, y, subsecuentemente, en el registro de las aporías que engendra el lenguaje al intentar dar cuenta de lo real en sí mismo irreductible a lo simbólico. En el segundo caso, nos veríamos confrontados con la tesis principal de Badiou: el único discurso que nos permite pensar lo múltiple puro (por tanto lo real en sus múltiples impasses) sin detenernos en aporías y juegos de lenguaje -puesto que prescinde del sentido- es el discurso matemático. Por lo tanto, sólo las matemáticas pueden considerarse el discurso del ser en tanto ser. Así Badiou intentará retomar el gesto platónico de reintrincación de la filosofía y las matemáticas.

Sin embargo, no se trata simplemente de “pitagorizar”, es decir, no se trata de identificar el ser al número, puesto que la tesis que plantea a la matemática como ontología no es una tesis sobre el mundo sino sobre el discurso, nos advertirá Badiou. Lo cual quiere decir que el discurso más consistente hasta el momento, para enunciar el ser-en-tanto-ser, es el que presenta la teoría matemática, porque acepta intrínsecamente su propia incompletitud; y no porque le falte algún axioma, sino porque le falta lo “esencial”: la definición y demostración a priori de lo que es en sí un múltiple.

En “El ser y el acontecimiento” (Badiou 1999: 36) Badiou se plantea cómo hacer de la ontología una situación, una presentación entre otras, sin volver a suturar el ser a lo uno (operación clásica de toda metafísica). Para resolver este problema convoca al texto matemático, puesto que se trata del discurso en el que lo que se presenta es lo múltiple en tanto tal, sin más predicado que su sola multiplicidad. La modalidad de escritura que adopta la matemática impide que se fije un único modo de decir el ser, dado que su escritura e indagación del dominio del ser múltiple es incesante, infinita (basta observar la extensa multiplicación de dominios). Así Badiou, al mostrar que la ontología es una situación más, entre otras, intenta desmarcarse de posturas casi místicas como las de Wittgenstein, cercana a las teologías negativas (reflejada en la famosa frase con la que finaliza el Tractatus “de aquello de lo que no se puede hablar es preferible callar”), o Heidegger que postula una suerte de uno sustraído y la necesidad subsecuente del retorno de la Presencia (el retorno de los Dioses), del reencantamiento del mundo, etc. La gran apuesta de Badiou será sostener, contra todas estas tentaciones filosóficas, que «la ontología es una situación».

Pero si la ontología ha de ser una situación, y como no puede haber una sola presentación del ser puesto que el ser adviene en todas, en cualquiera, entonces «la situación ontológica es la presentación de la presentación». Se tratará aquí de lo múltiple puro, inconsistente, ya que en todas las demás situaciones ónticas lo múltiple es consistente según su ley de cuenta-por-uno. “Lo que se necesita es que la estructura operatoria de la ontología discierna lo múltiple sin tener que hacerlo uno y, en consecuencia, sin disponer de una definición de lo múltiple.” (Badiou 1999: 39) Luego agrega “solo la composición axiomática evita la composición según lo uno” (Badiou 1999: 40). Se trata, en definitiva, de formular una teoría consistente de la inconsistencia, y de puesta en evidencia de la inconsistencia ontológica de toda consistencia óntica particular (deconstrucción de todo efecto de uno).

Se evidencia así una apuesta por la transmisión, ligada a la formalización y a la invención deductiva, que permite situar la posición del «maestro» por fuera de cualquier idea de ‘esencialidad’ o de iniciación, del mismo modo que lo hacía Lacan con sus matemas y nudos. “El ser no es dicho sino en tanto imposible de suponerlo para toda presencia y para toda experiencia” (Badiou 1999: 37). Es decir que el ser se dice, en rigor, en cada situación, no cabe suponerlo para todo caso. Define, de este modo, la ontología sustractiva en clara oposición a la ontología de la presencia de Heidegger.

Es interesante seguir el relato que realiza Badiou acerca de cómo se encontró con la necesidad de formular esta tesis. A partir de la idea lacaniana, que lo real es el impasse de la formalización, comienza un recorrido por los textos matemáticos donde se plantean los problemas más arduos y complejos. Se percata que él mismo está signado por una visión logicista de las matemáticas y que el trabajo de invención matemática excede la mera formalización. Encuentra el impasse ontológico en el ‘problema del continuo’ de Cantor, que, según Badiou, se trataba del “obstáculo intrínseco al pensamiento matemático, que indicaba lo posible que le es propio y en el que funda su campo” (Badiou, 1999: 13) Continúa “Llegué a la certeza de que era necesario plantear que las matemáticas formulan, respecto del ser, lo que es enunciable en el campo de una teoría pura de lo múltiple” (Badiou, 1999: 13-14) Es decir que el rigor o severidad de las matemáticas no le vienen tanto de su formalismo como de sostener el discurso ontológico mismo. El corte decisivo es Cantor, con quien podemos decir: cualquiera sea la prodigiosidad de las estructuras y objetos matemáticos, se tratará siempre de multiplicidades puras.

Entonces “las matemáticas no presentan nada fuera de la presentación misma, sin que por ello sean un juego vacío, puesto que no tener nada que presentar, fuera de la presentación misma, es decir de lo Múltiple, y no acordar nunca con la forma del ob-jeto, es por cierto una condición de todo discurso sobre el ser en tanto ser” (Badiou, 1999: 15)

Mientras Russell decía que las matemáticas son un discurso en el que no se sabe de qué se habla, ni si lo que se dice es verdadero; Badiou invierte esta afirmación, paradójicamente, recurriendo a una perspectiva heideggeriana: “Las matemáticas son más exactamente el único discurso que sabe absolutamente de qué habla: el ser como tal, aunque ese saber no tenga en modo alguno necesidad de ser reflexionado de manera intra-matemática, puesto que el ser no es un objeto, ni prodiga ninguno” (Badiou, 1999: 17)Y además, cabe decir, su verdad es integralmente transmisible.

El retorno de la verdad

Badiou sostiene la idea de verdad contra lo que denomina «sofística moderna», aquí cita a Lyotard y Wittgenstein como sus principales representantes. El primero «trata de comprometer la idea misma de verdad en la caída de los relatos históricos» (Badiou 2002: 54); en este sentido, se vincula a la crisis del marxismo como meta-relato de la modernidad que otorgaba inteligibilidad a la realidad social. Pero, además, Lyotard comparte con Wittgenstein la caracterización del «sofista» que describe Badiou: «El sofista moderno quiere oponer la fuerza de la regla, y más generalmente las modalidades de autoridad lengüajera de la ley, a la revelación o a la producción de lo verdadero», y de un modo más cercano a las mismas categorías del pensamiento wittgensteiniano «Para el sofista sólo hay convenciones, reglas, géneros del discurso o juegos del lenguaje» (Badiou 2002: 55) Para el filósofo, en cambio, «la categoría de verdad es la categoría central». En lugar de convención, de consenso o negociación, tratará de ligar el pensamiento a la ruptura, el corte, la separación y, en definitiva, a las distintas modalidades de invención: arte, ciencia, política y amor.

Luego de la deconstrucción de los presupuestos metafísicos, de la desustancialización de la referencia, ambos procesos posibilitados por el giro lingüístico, Badiou plantea el «fin del Fin», es decir, reactivar el deseo de Filosofía, lo que implica «reabrir la cuestión de Platón» (Badiou 2002: 57) Reapertura que conlleva cierta precaución: «No por restaurar la figura prescriptiva a la que la modernidad quiso sustraerse, sino para examinar si no es de otro gesto platónico de donde nuestro porvenir de pensamiento debe sostenerse» Como ya se ha dicho se trata de recuperar como categoría central para la filosofía el concepto de verdad, que «designa simultáneamente un estado plural de las cosas (hay verdades heterogéneas) y la unidad del pensamiento» Esta operación, la más propia del pensamiento filosófico, es la que Badiou designa con el neologismo «composibilidad»

Sin embargo, el papel del sofista es fundamental en esta economía discursiva, por lo que no puede pretenderse su exclusión absoluta. El sofista es el que nos recuerda que la categoría filosófica de verdad es esencialmente vacía, sólo ocupada de modo parcial por el pensamiento conjunto de las verdades de un tiempo. La «eternidad» o «tiempo único», en el que se captan las heterogéneas verdades, es lo que sostiene y elabora el pensamiento filosófico. No obstante, puede suceder «que la filosofía, abdicando de la singularidad operatoria de la captación de verdades, se presente como siendo ella misma un procedimiento de verdad». Esto es propiamente el «desastre» del que no pudo sustraerse Platón (en Leyes) al anudar el éxtasis del lugar, lo sagrado del nombre y el terror de la prescripción de lo que no debe ser: todo bajo un filosofema; allí ya no había lugar para el sofista.

Badiou interviene, así, en el mismo campo de la filosofía. Siguiendo sus mismos conceptos podemos observar que, al retornar sobre el sitio de fundación de la filosofía «el gesto platónico», se interpone entre el vacío intra-situacional: la multiplicidad inconsistente del relativismo filosófico postmoderno, y el nombre supernumerario, vacío de significación en la situación presente, el mismo significante «filosofía».

Es una operación netamente conceptual en la que retoma la verdad como categoría central, al situar el gesto platónico para separarse de él en el punto en el que advendría el desastre: la fijación de un lugar, un nombre y la negación de lo que no debe ser.

Entre el relativismo sofístico postmoderno y el dogmatismo neo-positivista o el retorno neo-clásico, se despliega el pensamiento propiamente filosófico de Alain Badiou. Mediante la categoría de verdad, y su capacidad de captación, nos asegura «Este redespliegue integrará y superará la objeción de la gran sofística moderna» (Badiou 2002: 68)

Así encontramos una posible respuesta a Wahl quien, en el prólogo de Condiciones (Badiou, 2002), se pregunta cuál es el estatuto de la filosofía para Badiou. Pues será el de proponer no sólo un concepto de verdad como multiplicidad, sino un concepto de sujeto basado en la decisión axiomática, sin fundamento, de lo indecidible. Donde quizás más claramente se pueda apreciar esta respuesta, es en el esfuerzo que realiza Badiou para integrar la lógica matematizada (teoría de las categorías) en su ontología (Breve tratado de ontología transitoria y Logiques des mondes). Allí expone claramente el estatuto de «decisión de pensamiento» que conlleva la elección, opaca en su fundamento, de la teoría de los conjuntos como ontología, al mostrar la diferencia con la elaboración matemática de la lógica realizada por Frege según el protocolo lingüístico. La lógica describe los universos matemáticos posibles, pero no decide ninguno. Es en este sitio donde cobra relevancia la inutilidad de objetar el fundamento último de la “decisión de pensamiento” que implica un sistema teórico, y dirigir la atención, más bien, hacia los múltiples enlaces conceptuales que éste habilita.

Ahora quisiera presentar sucintamente algunos de los conceptos que he mencionado al pasar, para circunscribir mejor la problemática de esta lectura.

III. Algunos conceptos básicos

Estructura. La definición de estructura que da Badiou es muy amplia, lo suficiente como para hacerla equivaler a los siguientes términos: ley, cuenta-por-uno, presentación y situación.

“Llamo situación a toda multiplicidad presentada. Siendo la presentación efectiva, una situación es el lugar del tener-lugar, cualesquiera sean los términos de la multiplicidad implicada. Toda situación admite un operador de cuenta-por-uno que le es propio. La definición más general de una estructura es la que prescribe, para una multiplicidad presentada, el régimen de cuenta-por-uno.” (Badiou, 1999: 34)

Es decir que lo que ‘hay’, el ser, es múltiple, pero como toda multiplicidad que se encuentra presentada en situación es contada por uno, lo que ‘hay’ es: múltiples-unos; lo cual nos hace pensar que antes de ser contadas por uno, las multiplicidades que hay, debieron ser múltiples de múltiples.

Además de la estructura, que da cuenta de la pertenencia de los elementos al conjunto, tenemos el término meta-estructura que da cuenta de la inclusión y redobla la primera estructura para asegurar la expulsión del vacío impresentable (múltiples inconsistentes). Meta-estructura es equivalente a re-presentación, estado de la situación, ley de cuenta de las partes o subconjuntos. Lo más interesante de esta diferenciación ontológica entre pertenencia e inclusión es que nos permite tematizar lo excluido, lo que resiste la simbolización, de distintas formas según cuáles sean los términos que se pongan en juego. Esta serie de equivalencias nos permite efectuar análisis conceptuales en diversidad de discursos y situaciones (i.e., la dimensión política del “Estado de situación”).

En principio, la dislocación entre estructura y meta-estructura es ontológica, refleja el impasse ontológico par excellence a partir del enigma de la cantidad (la imposibilidad matemática de deducir el número del conjunto de partes de un conjunto infinito a partir del número del conjunto de partida), y de ahí mismo se siguen las distintas orientaciones de pensamiento, de cuyo estatuto decisivo intenta dar cuenta el concepto de sujeto (constructivismo, trascendentalismo, genericismo [¿?], etc.).

Estructura (presentación) y meta-estructura (representación) configuran las dos operaciones que ordenan la distribución de las multiplicidades. Ahora bien, estas multiplicidades pueden hallarse presentadas pero no representadas; se las llamará entonces “singulares” (el ej. aproximativo que da Badiou es el de una familia de ilegales, presentes en la situación –la escena pública- pero sin representación legal); o pueden hallarse representadas pero no presentadas; se las llamará “excrecencias” (por ej. la misma familia puede hallar representación a partir de organizaciones humanitarias, planes de beneficencia del estado, etc. pero no la nacionalidad o derecho de pertenencia a la situación en tanto tal). Es el problema del término a doble función; ya lo veremos.

Excrecencia y singularidad dan cuenta del modo estático y atemporal en que la estructura se disloca, por falta o por exceso. El sujeto, entonces, será tanto el efecto de esta dislocación como lo que funda su causa retroactivamente al volver sobre la estructura y darle un nombre a la falla que la escinde internamente; operación que desde la inherencia propia de la ley o estructura es imposible.

Esto sólo es articulable rigurosamente en el discurso matemático (ontológico). Veremos qué sucede en las demás situaciones ónticas a partir del concepto de acontecimiento.

Acontecimiento. El acontecimiento es un múltiple que se presenta a sí mismo en la presentación que él es, lo cual es imposible en matemáticas debido a las paradojas que se producen al formular conjuntos que se pertenecen a sí mismos (paradojas de Russell) o teorías que demuestren desde sus propios axiomas su validez (teoremas de Gödel). El acontecimiento es impensable para la ontología, lo cual no evita que ocurra cada tanto (‘el drama subjetivo del sabio’ dice Lacan). Desde la filosofía, en cambio, podemos construir el concepto de acontecimiento a partir de esta misma restricción o imposibilidad. De este modo, podemos pensar lo que ocurre en otros ámbitos discursivos donde la formación de multiplicidades paradójicas no se reflexiona ni auto-justifica (o por lo menos no necesita hacerlo) sino que se decide sin concepto; esto es, en los regímenes de verdad como el arte, la ciencia, la política y el amor.

El sujeto ligado al azar del acontecimiento, del encuentro contingente, es muy distinto del sujeto “sujetado” a la necesidad estructural, ya sea de las leyes de la historia o del orden simbólico en general. Sin embargo, no se trata de algo mágico o misterioso.

Dice Badiou:

“Debemos señalar que en lo que concierne a su material, el acontecimiento no es un milagro. Lo que digo es que lo que compone un acontecimiento está siempre extraído de una situación, siempre relacionado con una multiplicidad singular, con su estado, con el lenguaje con el que está conectado, etc. De hecho, como para no sucumbir a una teoría oscurantista de la creación ex nihilo, debemos aceptar que un acontecimiento no es sino una parte de una situación dada, nada salvo un fragmento de ser.” (Badiou, 2004)

Žižek plantea dar un paso más recurriendo a una analogía con la teoría de la relatividad a la que suele acudir a menudo: “no existe nada, más allá del ser, que se inscriba en el orden del ser –no existe nada salvo el orden del ser-. Debe recordarse una vez más la paradoja de la teoría general de la relatividad de Einstein, en la que la materia no curva el espacio sino que es un efecto de la curvatura del espacio: un Acontecimiento no curva el espacio del ser a través de su inscripción en él; por el contrario, un acontecimiento no es nada sino esta curvatura del espacio del ser.” Esto, dice Žižek, es “todo lo que hay”: la no auto-coincidencia, la diferencia mínima, el intersticio, etc. es decir, la brecha de paralaje. Lo mismo que para un observador neutral es “la ordinaria realidad”, para la mirada del participante comprometido son las inscripciones de fidelidad a un acontecimiento (Žižek, 2004: 202)

El problema es que no puede haber ‘observador neutral’, por lo tanto tampoco se puede afirmar desde una segunda posición neutral “que es lo mismo”. Es aquí donde Žižek falla en captar la lógica temporal del acontecimiento. No hay nada fuera del orden del ser (o estructura), el acontecimiento es su misma dislocación, la abertura, la diferencia ¡perfecto! Pero si no hay intervención, si no se nombra e inventa efectivamente allí sobre la falla misma, ésta no será reconocida jamás desde el punto de vista representativo de la estructura, es decir, la meta-estructura representacional (lo dado). Por eso necesitamos pensar el concepto de sujeto.

Vuelvo entonces sobre el comienzo.

Sujeto. El ‘retorno del sujeto’ circunscribe una problemática que hay que pensar de nuevo, cada vez, y que no se encuentra clausurada en absoluto. Si en las década del 60’ y 70’ se hablaba de la ‘muerte del sujeto’, eso tenía cierta pertinencia (que podemos cuestionar o no), el asunto es si hoy tal propuesta es efectivamente crítica, es decir, si activa al pensamiento o todo lo contrario. La propuesta del titulo ‘retorno del sujeto’ en realidad solapa otra que le dio origen pero que fue tachada: la de ‘retorno de la filosofía’. Esto tiene una explicación: existe un texto de Badiou que se llama (Re)tour de la philosophie, que es uno de los cuales orienta esta lectura. Allí, Badiou habla de la necesidad de volver a plantear el papel activo de la filosofía como pensamiento crítico y no como mera especialización académica. Salir del historicismo, desde esta perspectiva, implica afirmar ciertas proposiciones existenciales para recién luego volver sobre la historia. Es lo que más o menos he venido repitiendo con ‘pequeñas diferencias’.

Cuando se habla de sujeto, generalmente, se suele pensar en la conciencia reflexiva cartesiana, o en el sujeto trascendental kantiano, o en el sujeto del saber absoluto hegeliano, o en el ego husserliano; más extrañamente se piensa en el sujeto freudiano. Ese que se hallaría dividido entre consciente e inconsciente (según la primera tópica) o repartido en tres instancias (según la segunda); o, para hablar en lenguaje lacaniano, dividido entre significantes que lo representan para otros significantes, o articulado en un nudo borromeo.

Este concepto es por tanto complejo, lo cual quiere decir, en principio, que debe ser pensado en relación a otros conceptos, en sus múltiples enlaces y articulaciones, más aún, en una disposición relacional que es topológica, y, además, mediante la elucidación de una lógica temporal específica.

Una clave para el análisis es la idea de forzamiento (forzage) o ultra-uno de Badiou. Este concepto, extraído del ámbito matemático, nos muestra una instancia inédita que articula tanto la ley (estructura) como su reverso incontado: múltiples indiscernibles; más allá de la ley y de su trasgresión se encuentra el ámbito de la invención (o sublimación). Esta es la operación que constituye un sujeto. Hay que tener en cuenta que la ley es la presentación y que en situaciones ‘normales’ la presentación se re-presenta maximalmente, es decir, tiende a anularse la distancia entre una y otra (presentación-representación); mientras que la lógica temporal del acontecimiento produce una operación imposible: la presentación se presenta a sí misma entre otros múltiples presentados por ella, entonces la ley muestra su propia contingencia y falibilidad al no hallarse excluida e idealizada (la idea de la ley trascendente) tal como ocurre en situaciones normales. El múltiple que es el acontecimiento se presenta en la presentación que él mismo es, entre otros múltiples, y la intervención que lo nombra comienza a conformar una representación trans-legal. Lo más interesante aquí es la torsión que implica que un múltiple se presente en su misma presentación, esta paradoja muestra el origen contingente de una ley de conexión no rígida (ley de sujeto) que exige nuevas reinvenciones.

El sujeto no es trascendental (una idea regulativa) ni empírico (identificado a ciertos rasgos positivos), es un espacio a-sustancial, descentrado, escindido, donde tienen lugar las operaciones y transformaciones de los términos que (lo) componen. Se ha tendido a pensar este espacio como una especie de bolsa –dice Lacan-, un continente inclusivo; pero en realidad habría que pensarlo topológicamente como un nudo borromeo (con tres dit-mensiones: real, simbólico e imaginario)8 para evitar la dualidad exterior-interior y la suposición del espacio trascendental que le es inherente (Lacan, 1974). El nudo mismo es el sujeto, el conjunto articulado de sus términos simbólicos (significantes), imaginarios (significados) y reales (excrecencias, objetos parciales). Sus posibilidades de transformación y modulación (su presentación) son infinitas, pero siempre será cierto que si uno de sus registros no se sostiene el conjunto deviene imposible, este es su real.

Veremos a continuación cómo el concepto funcional (y relacional) de las instancias de representación y sujeto nos permite pensar la complejidad de la intervención en un contexto epistémico de contingencia inherente.

Concepto-función

El concepto de representación que nos presenta Badiou es funcional en el sentido de Cassirer, puesto que se trata de un operador de cuenta que establece correspondencias entre los múltiples contados-por-uno y sus sub-múltiples (i.e. la correspondencia entre los números naturales y los números pares, que a pesar de ser éstos un sub-conjunto de aquéllos tienen igual número: 0), fuera de toda concepción sustancialista o psicologísta. Representación es la operación que cuenta por separado los subconjuntos de un conjunto y que Badiou llama también meta-estructura o Estado de la situación. Aquí ya tenemos una primera ruptura con la intuición –herencia euclidiana- que establecía que el todo debía ser más grande que sus partes. Sabemos que en cualquier conjunto infinito numerable, es decir que pueda ser puesto en correspondencia con los números naturales, sus partes pueden ser normalizadas mediante la misma operación funcional. Estos son los múltiples normales, en los que coincide maximalmente presentación y representación. Pero, por otro lado, sabemos también que existen conjuntos infinitos no numerables (demostrados por el método diagonal de Cantor) como los puntos de un segmento, es decir los números reales. Badiou les llama múltiples anormales (singularidades y excrecencias) a aquellos en los que no coincide la presentación con la representación. De este modo se separa de la idea de representación ligada a un supuesto sujeto psicológico que se representaría un objeto dado.

El concepto matemático u ontológico de representación se expresa en al menos tres axiomas de la teoría de conjuntos: el axioma de partes de un conjunto, el axioma de separación y el axioma de elección. El primero nos permite pensar el Estado de la situación (la idea de normalización), el segundo la precedencia de la existencia de múltiples con respecto al lenguaje proposicional que los define o particulariza, y el tercero nos permite pensar el concepto de intervención. Quizás el más interesante a considerar en esta presentación sea el axioma de elección, al que Badiou denomina “esquema ontológico de la intervención”, puesto que nos permite pensar el ser mismo de la intervención que constituye a un sujeto. Así podemos entender el concepto de sujeto/intervención también como función en tanto, precisamente, el axioma de elección postula la necesidad de existencia de una “función de elección” que permita formar el conjunto-selección que reúne cada uno de los infinitos representantes de los subconjuntos de un conjunto infinito; aunque no prescribe cómo construir esta función en cada caso. Al trasladarnos del ámbito ontológico (matemático) al óntico esta operación se traduce como un modo de representación ilegal (o trans-legal), ya que en cualquier situación es su misma ley la que nos prescribe cómo efectuar las elecciones mediante los conceptos preexistentes (el lenguaje de la situación); mientras que la logia de la intervención que sigue a un acontecimiento rompe con el ordenamiento establecido de los términos-múltiples. Así opera un sujeto en tanto función, estableciendo correspondencias impensadas (ilegales) entre los múltiples de la situación, al evitar los determinantes enciclopédicos del saber. Por esta razón, Badiou coloca al sujeto del lado del ultra-uno (forzamiento de la ley de cuenta-por-uno), que muestra la disyunción originaria (el Dos). La primera conexión lógica o correspondencia es la nominación del acontecimiento que se exceptúa del orden del saber. Ultra-uno es más que uno, suplemento in-contado que nombra, a su vez, otros múltiples in-contados del sitio (múltiple singular de la situación), por eso es también el Dos: el nombre supernumerario (i.e., ‘revolución francesa’) y los múltiples incontados del sitio (los campesinos del gran miedo, etc.). Con la figura del Dos o la disyunción radical encontramos la irrupción de lo real en lo simbólico; pero la intervención consiste no sólo en la ruptura del orden sino en la nominación de esa misma brecha.

La elección sin concepto

Anteriormente señalamos que Badiou expone claramente el estatuto de «decisión de pensamiento» que conlleva la elección, opaca en su fundamento, de la teoría de los conjuntos como ontología, al mostrar la diferencia con la elaboración matemática de la lógica realizada por Frege, por ejemplo, según el protocolo lingüístico. En Badiou está claro lo que permite poner en relación su sistema, relaciones complejas y problemáticas pero pensables: la historia del pensamiento occidental, las matemáticas, el psicoanálisis, el arte, la política, etc.

La formación del concepto, pensada en este cruce de discursos, arrojaría así un producto con doble faz: por un lado una clausura ontológica indicada por la opacidad de una decisión infundada, axiomática, por otro lado la apertura (onto)-lógica a infinitas conexiones con otros términos posibles.

Por otra parte, un procedimiento genérico de verdad también guarda cierta opacidad en su fundamento, en el proceso de ruptura continua que inicia con respecto al saber que le es propio. En principio, dado que ocurre en un no-lugar o borde minimal: el intervalo suspendido entre dos significantes, en la falla o dislocación de los modos de cuenta (presentación/representación). Pero esta falla resulta cifrada, no es algo simplemente ambiguo o impreciso; de este modo se nombra aquello que le confiere una consistencia diferencial al entredós (intervalo). El punto clave a pensar es cómo se opera por fuera del saber si ya no se trata de discernir o deducir pero tampoco puede haber amparo en la ignorancia. Operar desde el no-saber implica una negación determinada que requiere haber encontrado la insuficiencia de tal saber, sus límites intrínsecos, sus inconsistencias internas y aporías irreductibles.

Desde el saber se opera con determinantes enciclopédicos que disciernen y clasifican los términos múltiples de una situación, mientras que desde la óptica del acontecimiento y de un proceso genérico de verdad se (in)disciernen, mediante un operador de conexión fiel, los múltiples de la situación x considerada. Intentaré circunscribir esta diferencia.

Badiou se pregunta cómo el acontecimiento prescribe (si es que lo hace) el operador de conexión fiel. Luego, cuando examina conceptualmente el procedimiento genérico muestra como este se va constituyendo al evitar al menos un determinante enciclopédico, incluyendo en la pare finita de la indagación dos múltiples pertenecientes a determinantes contradictorios (Badiou, 1999: 373). Lo que no dice Badiou (o de lo que no se percata al hacer la pregunta) es que ésta es, precisamente, la condición inicial del acontecimiento y de su paradójica nominación: el Dos original que pone en evidencia la falla, no coincidencia, de las dos modalidades de cuenta (estructura y meta-estructura), que cuentan dos veces lo mismo: puesta-en-uno del nombre (singleton) extraído del sitio del acontecimiento y el múltiple singular que conforma el sitio mismo.

Queda en evidencia la diferencia entre la situación y su Estado. De este modo, se podría pensar la prescripción que ordena los múltiples indagados como una «capacidad para soportar la disyunción radical originaria», capacidad de nombrar otra vez y cada vez, el Dos (falla de la cuenta) reformulando nombres y forzando enunciados. Así, la verdad se produce, paradójicamente, como una serie de rupturas continuas con la malla del saber. Escribe Badiou:

“una verdad es el total infinito positivo – la recolección de los x (+) – de un procedimiento de fidelidad que, para todo determinante de la enciclopedia, contiene al menos una indagación que lo evita.” (Badiou, 1999: 375)

En otra parte (Badiou, 1999: 376) nos indica la verdad como esa parte incluida en la situación cuyos múltiples no poseen ninguna propiedad lo que, curiosamente, nos reenvía hacia la presentación: sólo se presentan allí juntos, es decir, “pertenecen” y esa es toda su cualidad. Estábamos habituados a considerar a la verdad como lo in-contado de una situación, mientras que lo que “pertenece” era lo contado, sin embargo entendemos abruptamente porqué se produce esta inversión: sucede que en situaciones normales la meta-estructura recubre y oblitera la cuenta primera mediante la predicación o atribución de propiedades: «pertenece porque tiene tal o cual rasgo», lo que se pasa por alto así es la simple pertenencia antepredicativa, esto es, el ser genérico de la verdad de una situación. Por el contrario «Toda parte nombrable, discernida y clasificada por el saber, no remite al ser-en-situación como tal, sino a las particularidades localizables que la lengua recorta en él» (Badiou, 1999: 376)

Para finalizar volveré sobre la estructura a fin de dejar abierto el problema de su disyunción constitutiva y los modos –siempre- contingentes de invención.

IV. El término a doble función

Dice Badiou: “El problema fundamental de todo estructuralismo es el término a doble función que determina la pertenencia de los restantes términos a la estructura, término que a su vez se halla excluido por la operación específica que lo hace figurar bajo las especies de su representante [lieu-tenant], para retomar un concepto de Lacan. El gran mérito de Lévi-Strauss es haber reconocido la verdadera importancia de esta cuestión, aunque fuera bajo la forma del significante-cero (Levi-Strauss, 1950: XLVII). Se trata de una localización del lugar ocupado por el término que indica la exclusión específica, la carencia pertinente, o sea la determinación o ‘estructuralidad’ de la estructura (Badiou: 285, nota)”

El elemento que determina la pertenencia de los demás elementos a la estructura (conjunto) no puede a su vez pertenecer a ésta, nos dice Badiou. Se conforma así como su exterior constitutivo: imposible y necesario a la vez. Hay aquí en juego una doble operación: un sistema para funcionar como tal, es decir, para organizarse y ordenarse necesita excluir algo interno, rechazar, prohibir algo a fin de instaurar cierta legalidad en las relaciones diferenciantes de sus elementos (que a su vez los define como tales); y, simultáneamente, debe incluir algo externo (un elemento contingente) que venga a representar y recordar esa exclusión primitiva. Esta es una operación mítica que se puede remontar a la idea del padre de la horda primitiva de Freud, pero tiene su lógica. De hecho decir que es “algo” ya sustancializa demasiado la operación, cuando en realidad es pensable como mera nada, o conjunto vacío, es decir, el modo de recortar y circunscribir un vacío con un elemento contingente, nada más. Pero el vacío como tal sólo es nombrado en la situación ontológica (matemática), mientras que en las demás situaciones ónticas sólo puede ser convocado (sin presentarse como tal) e interpuesto por el mismo gesto de una nominación acontecimental que, al tiempo que señala lo innombrado de la situación, se nombra a sí misma.

Si bien el problema del término a doble función Badiou lo había circunscrito tempranamente al interior de las elaboraciones teóricas althusserianas, mediante la diferenciación entre materialismo dialéctico y materialismo histórico, junto a las subsecuentes distinciones entre ciencia e ideología, determinante/dominante, producción/circulación, etc.; como lo señala de Ípola en su reciente libro Althusser, el infinito adiós este problema ya había sido abordado antes, aunque no profundizado, por Levi-Strauss (algo que Badiou refiere). El punto clave a señalar, entonces, no es tanto que sintomáticamente esto se olvide –como insiste de Ípola- sino que se trata del síntoma por excelencia, es lo que da que pensar y sobre lo cual cada pensador intenta elaborar algo. La problemática abierta por el término a doble función (el S(A/) en Lacan, la falla estructural, etc.) nos reenvía a la cuestión del sujeto.

El problema de la causalidad estructural, entonces, si bien Levi-Strauss lo había planteado como significante cero y plus de significación (maná, orenda, etc.) y Badiou en términos marxistas-althusserianos como práctica económica determinante/dominante; el problema así esbozado nos da una idea estática de la estructura, y es por eso que allí no puede haber sujeto (sólo sujeción), salvo que se retorne a la metafísica al presuponer uno excluido, flotante, trascendental, etc. Para que el concepto de sujeto aparezca (emerja) desprendido de cualquier idea de sustancia, es necesario desnaturalizar la forma en que se presenta la falla estructural, abrir el espacio a las temporalidades singulares, es decir, al acontecimiento como suplemento azaroso contingente, y por tanto a las múltiples formas de encontrar la dislocación estructural manifestada sintomáticamente por el término a doble función. Para ello hace falta dar cuenta de nuevas nominaciones, invenciones contingentes producidas en otras prácticas discursivas y no sólo en el ámbito científico.

Es por esta razón, según mi opinión, que Badiou va a salir del estrecho universo discursivo circunscrito por la relación entre marxismo y ciencia para proponer, por un lado, a las matemáticas como el discurso más consistente respecto del ser-en-tanto-ser (al afirmar axiomáticamente la imposibilidad de auto-pertenencia de lo múltiple); y por otro lado, que la temporalidad acontecimental se manifiesta en otros ámbitos discursivos tales como el arte, la política innovadora, las ciencias y el amor, donde la emergencia de sujetos (individuales, mixtos o colectivos), en la contingencia de sus intervenciones singulares, tiene lugar -más que el lugar mismo (estructura). Entre estos distintos dispositivos discursivos el filósofo circula y articula conceptos para pensar ‘conjuntamente’ sus condiciones, es decir, para pensar los múltiples modos de dar cuenta de las dislocaciones estructurales. No existe una única forma de sujeto que deba ser deducida en la diversidad de situaciones, al contrario, se trata de seguir las lógicas singulares de su articulación efectiva (subjetivación) en cada acto inventivo de nominación supernumeraria.

Podemos apreciar que, de esta forma, Badiou no resuelve el problema del término a doble función sino que lo complejiza al inscribirlo bajo los términos de “doble estatuto” problemático de las matemáticas: a la vez como el discurso más riguroso del ser-en-tanto-ser, y como procedimiento genérico de verdad. Así impide que la filosofía se suture a único procedimiento de verdad, lo que conduciría al desastre, tal como lo hizo Platón con el estado de las matemáticas de su tiempo pero que puede ocurrir bajo la sutura de cualquier otra condición (por ejemplo la política estatal marxista o el esteticismo poético nazi). Las matemáticas son rigurosas en su decir axiomático acerca del ser como multiplicidad inconsistente (vacía de significación) al proceder por reordenamientos topológicos continuos ante cada invención producida en su campo; cualquier estado de sus investigaciones es provisorio por esa razón impiden internamente cualquier fijación del ser a lo uno.

Entonces, y para concluir, podemos decir que no se trata simplemente como sugiere de Ípola que uno se olvide y por tanto quede en deuda (no reconocida) con aquel autor que nos permitió leer por vez primera la no coincidencia de la estructura consigo misma (cualquiera ésta sea), junto a los modos contingentes de resolver tal disyunción (evocando la deuda con el padre de la horda primitiva); sino que es necesario olvidar –parafraseando a Marx- a fin de no quedar fijado ante la constatación estática de tal procedimiento, para luego recordar en la circulación por diferentes ámbitos discursivos que toda solución propuesta, toda elaboración del impasse, es contingente y vale por si misma en tanto se percate de ello y no se auto-proponga como la “solución definitiva”.

El problema del sujeto es lo que hay que plantear cada vez en distintas fallas discursivas, por ello es ineludible y retorna insistentemente.


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Fecha de Recepción: 31 de Agosto 2008

Fecha de Aceptación: 15 de noviembre de 2008

1 Éste término en lengua francesa es utilizado por Badiou para designar lo relativo al concepto de acontecimiento como distinto al hecho empírico y la estructura de situación (lo dado)
2 Badiou, A. El ser y el acontecimiento, Manantial, Buenos Aires, 1999, p.10.
3 Badiou, A. en revista acontecimiento nº 15
4 Véase para mayores detalles: Elías Palti “El retorno del sujeto. Subjetividad, historia y contingencia en el pensamiento moderno”, en Prismas, revista de historia intelectual, Año 7, nº7, Buenos Aires, 2003, pp.27-49.
5 Véase: Laclau, E. (2007) La razón populista. Buenos Aires: Fondo de cultura económica.
Laclau, E. y Mouffe, C. (1987). Hegemonía y Estrategia Socialista, Madrid: Siglo XXI.
6 Zizek, S. Visiones de paralaje, Fondo de cultura económica, Buenos Aires, 2006.
7 Ernesto Laclau, Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo, Nueva Visión, Buenos Aires, 2000, p. 220. Citado por Matías González en su artículo: Reflexiones conceptuales (post) althusserianas: ideología, sujeto y cambio histórico. Psikeba. Revista de psicoanálisis y estudios culturales, nº 7, 2008. http://www.psikeba.com.ar
8 Lacan trabaja con estas categorías a lo largo de toda su enseñanza y las articula en el nudo borromeo a partir del último tramo de la misma (en la década del 70`), cf. en particular: Lacan, J., Seminario 22: RSI, Versión Crítica, 1974-1975
Revista Observaciones Filosóficas - Nº 7 / 2008


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