Observaciones Filosóficas - Heidegger y la transformación Hermenéutica de la Fenomenología: Aproximación crítica a “Hermes” como mensajero de los dioses y protector de los ladrones de ganado
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art of articleart of articleHeidegger y la transformación Hermenéutica de la Fenomenología: Aproximación crítica a “Hermes” como mensajero de los dioses y protector de los ladrones de ganado 1

Mag. Isaac Puki J. Moctezuma Perea - Universidad Nacional Autónoma de México

Resumen
El dios Hermes es mensajero de los dioses, pero también ladrón, taimado y embaucador. Heidegger insistió en que en su origen la hermenéutica remonta esa relación con el dios en un juego del pensamiento que obliga más que la ciencia. En el presente trabajo exploramos las posibles consecuencias de tomar verdaderamente en serio dicha sugerencia y examinar sus consecuencias últimas.

Abstract
The god Hermes is the messenger of the gods, but also a thief, sly and trickster, Heidegger insisted that hermeneutics originally dates back to that relationship with the god in a game that requires more thinking than science. In this paper we explore the possible consequences of taking this suggestion seriously indeed.

Palabras clave
Hermenéutica, Hermes, Mensajero de los dioses, Poética, Arte, Creatividad, Fenomenología

Keywords
Hermeneutics, Hermes, Messenger of the gods, Poetry, Art, Creativity, Phenomenology



Cultivando nuestras virtudes cultivamos también nuestros defectos
J. W. Goethe, Poesía y Verdad


Lo real no tiene nunca la iniciativa puesto que sólo puede responder si se lo interroga
P. Bourdieu, El oficio del sociólogo

Introducción

La consideración heideggeriana de la hermenéutica y la insistencia de su relación con el nombre del dios griego, mensajero de los dioses, Hermes

Contra la opinión de los especialistas2 en su concepción de la hermenéutica Heidegger insistió en la necesidad de pensar la relación que en su sentido original ésta mantiene con el nombre del dios griego, mensajero de los dioses, Hermes.

La expresión "hermenéutico" deriva del verbo griego ermēnéuein. Esto se refiere al sustantivo ermēnéus que puede aproximarse al nombre del dios Hermēs en un juego del pensamiento que obliga más que el rigor de la ciencia. Hermes es el mensajero divino. Trae mensaje del destino; ermēnéuein es aquel hacer presente que lleva al conocimiento en la medida en que es capaz de prestar oído a un mensaje3.

Y esto porque en íntima relación con lo fenomenológico la hermenéutica representa para el filósofo la posibilidad del ser humano de estar en medio de la apertura de lo ente. Fenomenología significa: «hacer ver desde sí mismo aquello que se muestra, y hacerlo ver tal como se muestra desde sí mismo»4. Mientras que la hermenéutica es lo que posibilita la correspondencia por parte del ser humano a aquello que lo interpela en su mostrarse.

El hombre sólo encuentra su esencia cuando da cuenta de su estar en el mundo, por eso no basta con atender su puro carácter fenomenológico, en éste, el ser humano no se encuentra aún en medio de la apertura, pues el ente sólo se le hace manifiesto como el ente que es en el lenguaje, en el sentido hermenéutico al que Heidegger se refiriere, ya que, como señala en Hölderlin y la esencia de la poesía5, éste guarda en sí también el peligro de los peligros, la amenaza de perder la distinción de la diferencia y por tanto a lo ente y en consecuencia al ser.

Para que el lenguaje atienda la interpelación de lo que se le muestra ha de corresponder a su sentido hermenéutico, éste lleva al conocimiento en la medida en que es capaz de prestar oído a lo que lo llama, por ello el filósofo lo caracteriza a partir de lo que de él dice Platón en el Ión6.

(Hermenéutica)

La etimología de la voz es oscura.

Se la pone en relación con Hermēs, el nombre del dios mensajero de los dioses.

Mediante algunas referencias se puede localizar el significado originario del término [...].

Platón: hoi dè poiētaì oudèn all´ ē hermēnēs eisin tōn theōn (los poetas son sólo los "emisarios" de los dioses). Por ello, de los rapsodas, cuya labor es recitar a los poetas, se dice: Oukoūn hermēnéōn ermēnēs gígnesthe; ¿No seréis vosotros emisarios de los emisarios? Hermēnéus es el que comunica, el que notifica a alguien lo que otro "piensa", es decir, el que transmite, el que reproduce la comunicación, la noticia [...], informa, notifica lo que otros piensan7.

Primero, la oscuridad de la etimología de la voz es lo que le permite a Heidegger desavenir lo convencional, por más que la motivación interna sea la de atender una cuestión de sentido que obliga más -como se dijo- que el rigor de la ciencia, sin embargo, sin esta particular circunstancia sus especulaciones filosóficas en torno al sentido original de la hermenéutica hubieran sido fácilmente desestimadas.

Por otro lado, aquello por lo cual insiste en ponerla en relación con el nombre del dios Hermes es debido a la función que éste juega dentro del panteón griego como mensajero de los dioses. Para Heidegger la esencia del poeta y de la poesía estriba en ser, como aquél, trasmisor de un mensaje, emisario de aquello que lo interpela.

¿Qué tienen que ver los poetas y la poesía con Hermes y la hermenéutica?

La verdad como claro y encubrimiento de lo ente acontece desde el momento en que se poetiza. Todo arte es en su esencia poema en tanto que un dejar acontecer la llegada de la verdad de lo ente como tal. La esencia del arte [...] es el ponerse a la obra de la verdad. Es desde la esencia poética del arte, desde donde éste procura un lugar abierto en medio de lo ente en cuya apertura todo es diferente a lo acostumbrado8.

Mientras que de la poesía dice el filósofo lo siguiente:

El hablar de los mortales es invocación que nombra, que encomienda venir cosas y mundo desde la simplicidad de la Diferencia. Lo que es hablado en el poema es la pureza de la invocación del hablar humano. Poesía, propiamente dicho, no es nunca meramente un modo (Melos) más elevado del habla cotidiana. Al contrario, es más bien el hablar cotidiano un poema olvidado y agotado por el desgaste y del cual apenas ya se deja oír invocación alguna9.

Arte y Lenguaje, en una palabra: Poética es lo que en sus primeros compases Heidegger presentó bajo el concepto hermenéutica, ello explica también la necesidad de intentar aclarar dicho concepto a la luz de sus reflexiones en torno al arte, la poesía y el lenguaje de su época de madurez.

I. No se le habrá escapado que en mis escritos ulteriores no empleo ya la denominación "hermenéutica".

J. Se dice que usted ha cambiado de posición.

I. Abandoné una posición anterior, no para cambiarla por otra, sino porque también la anterior era sólo un alto en un caminar. Lo permanente de un pensamiento es el camino. Y los caminos del pensamiento cobijan en sí esto misterioso: podemos, en ellos, caminar hacia adelante y hacia atrás, incluso de modo que sólo el caminar atrás nos conduce adelante10.

Hermenéutica es por tanto una primera posición del filósofo en torno a la pregunta por el ser. Mienta una reflexión contemporánea acerca de la esencia del ser humano como tó zōon lógon échon, como aquel ser vivo cuya esencia se determina por su pertenencia a la palabra, en la que dicha pertenencia debe entenderse como su posibilidad y modo de ser. De allí también la necesidad del tan mal entendido giro hermenéutico de la fenomenología. El ser humano sólo se encuentra en medio de la apertura de lo ente, en el claro de la distinción (entre ser y ente) porque habla, es decir, lo fenomenológico no es causa sino consecuencia de lo hermenéutico. El quiebre está -como señalábamos arriba- en que el lenguaje así como representa el mayor de los bienes para el hombre, también representa su mayor amenaza, clarifica, cuando es auténtico, pero también oscurece, cuando no lo es.

La autenticidad e inautenticidad del lenguaje, lo mismo que la del arte en su esencia poética, decíamos, estriba en si presta o no oído a lo que le llama, al mensaje. Lo que es hablado en el poema es la pureza de la invocación del hablar humano, invocación es aquello que en medio de la apertura lo ente (como lo que se muestra a sí mismo tal y como es) le dice al ser humano en el espacio común, en su puto de encuentro. Sólo que en el habla cotidiano apenas si se deja ya oír invocación alguna.

Por tanto, aquello que más da que pensar que el rigor de la ciencia de la proximidad del nombre del dios griego Hermes y el término hermenéutica es la función que éste desempeña como mensajero de los dioses. El hermeneuta es, lo mismo que el dios, mensajero de lo ente y, por tanto, pastor11 del ser.

Grosso modo, esta introducción resume las implicaciones de la insistencia del filósofo por mantener abierta para el pensamiento la relación entre el sentido original del término hermenéutica y las características del dios Hermes.

En lo que sigue nos tomaremos en serio la sugerencia de Heidegger para ver si acaso sus reflexiones no se quedan cortas al considerar esta rica relación.

Hermes y la hermenéutica en el marco del Inicio del pensamiento occidental

Ir hacia atrás para realmente ir hacia adelante es una paradoja del pensamiento que va más allá del símil atlético de tomar impulso para superar un obstáculo. Contrario a lo que muchos podrían pensar la famosa frase de Karl Kraus que encabeza la decimocuarta Tesis sobre el concepto de historia de Walter Benjamin12: «el origen es la meta» no resume bien la posición de un pensador como Heidegger que ha sido tachado, y no sin justicia, de conservador -a caso que tampoco lo haga respecto del propio Benjamin o incluso de su autor- y es que la vuelta al origen del pensamiento heideggeriano es verdaderamente compleja, por no decir también, algo tramposa.

El mismo se encargó de enfatizar que su interés por los orígenes del pensamiento occidental no significaba ningún intento de «renacimiento moderno de la antigüedad»13.

Lo que en los albores de la Antigüedad griega, ha sido pensado y poetizado está presente aún hoy en día; tan presente, que su esencia, cerrada aún para él mismo, está esperándonos por todas partes y viene a nosotros, sobre todo allí donde menos lo sospechamos14.

Mostrarnos aquello que aún para él mismo está cerrado es lo revolucionario del saber de la época moderna en relación con el inicio del pensamiento occidental.

En modo alguno debe ser debilitado el carácter revolucionario de la clase de saber de la época moderna; todo lo contrario: lo sobresaliente del saber de la época moderna consiste en la elaboración decidida de un rasgo que en la esencia del saber experienciado al modo griego, permanece todavía culto y que necesita precisamente del saber griego para convertirse en un saber distinto15.

Sólo así se justifica la viabilidad del proyecto filosófico heideggeriano16 y cobra pleno sentido aquello de que es necesario caminar hacia atrás si se quiere seguir adelante en un camino en el que lo único permanente es el pensamiento.

Hacer ver a partir de esta vuelta aquello que a él mismo le está velado y que determina nuestra realidad contemporánea, con toda su emergencia, es el principio motivacional del proyecto filosófico de Heidegger.

Quien hoy, preguntando, reflexionando y, de este modo co-actuando, se atreva a corresponder al calado de la conmoción del mundo, una conmoción que estamos experimentando a todas horas, éste no sólo debe fijarse en que nuestro mundo de hoy está dominando por entero por el querer saber de la ciencia moderna, sino que tiene que considerar además, y antes que cualquier otra cosa, que toda meditación sobre lo que ahora es, sólo puede emerger y prosperar si, por medio de un diálogo con los pensadores griegos y con su lengua, hecha sus raíces en el suelo de nuestro estar histórico. Este diálogo está aún esperando su comienzo. Apenas si está sólo preparado; y para nosotros, a su vez, sigue siendo la condición previa para el inesquivable diálogo con el mundo asiático oriental17.

Más controversial resulta, sin embargo, la caracterización que el filósofo ofrece acerca de este inicio del pensamiento occidental del que sus especulaciones se alimentan. Es decir, el problema no es la vuelta, sino determinar aquello a donde debemos volver si queremos dar con el origen de aquello que se presume aún está presente.

Es aquí donde el proyecto heideggeriano resulta sospechoso, pues siempre se podrá imputar a los posibles críticos que encuentren faltas en la relación de este origen y lo que acerca de él dice el alemán que no siguen al pie de la letra las indicaciones de éste acerca de qué es y qué no es verdaderamente, y siempre resultara sospechoso aquél que, como Kant con la razón, de manera impersonal intente erigirse como juez y parte.

Señalar esto es importante porque en lo que sigue nos tomaremos enserio la indicación de ir al inicio del pensamiento occidental para mostrar cómo la interpretación heideggeriana acerca de la relación entre Hermes y la hermenéutica no hace justicia a dicho inicio. Pero antes ofreceremos una breve caracterización acerca de qué es éste para Heidegger:

Parménides y Heráclito, son los nombres de los pensadores, contemporáneos en las décadas entre 540 y 460 a. C., que piensan lo verdadero en una única coopertenencia al comienzo del pensar occidental. Pensar lo verdadero significa: experimentar lo verdadero en su esencia y saber la verdad de lo verdadero en dicha experiencia.

Según la cronología, han transcurrido dos mil quinientos años desde el comienzo del pensar occidental. No obstante, lo pensado en el pensar de ambos pensadores nunca ha sido afectado por el paso de los años y los siglos. Esta resistencia a través del tiempo aniquilador no es, empero, precisamente válida a causa de que lo pensado que tales pensadores tuvieron que pensar haya sido conservado en sí por doquier desde entonces, en algún lugar supratemporal, como el denominado "eterno". Más bien, lo pensado en dicho pensar es justamente lo histórico por excelencia, lo que precede y, con ello, lo que anticipa toda historia subsiguiente. Llamamos, por tanto, a lo precedente y a aquello que determina toda la historia: lo inicial. Puesto que no reposa atrás en un pasado, sino que subyace en la anticipación de lo venidero, lo inicial llega a ser siempre de nuevo expresamente donación para una época.

El inicio es lo último en llegar en la historia esencial. Sin embargo, para un pensar que sólo conoce la forma del calcular, la sentencia "El inicio es lo último" no deja de ser algo absurdo. En primer término, el inicio aparece sin duda, al comienzo, en un peculiar encubrimiento. Por eso, se origina el hecho extraño de que lo inicial sea tenido fácilmente por lo imperfecto, incompleto, burdo. Se lo denomina igualmente "lo primitivo". Así surge la opinión de que los pensadores anteriores a Platón y Aristóteles serían "pensadores primitivos". Por supuesto, no por ello todo pensador del comienzo del pensar occidental es un pensador inicial. El primer pensador inicial se llama Anaximandro.

Los otros pensadores -los únicos además de Anaximandro- son Parménides y Heráclito. Que caractericemos a estos tres pensadores como los únicos iniciales, frente a todos los otros pensadores de occidente, suscita una impresión de arbitrariedad. De hecho, tampoco poseemos ninguna prueba suficiente para fundamentar inmediatamente dicha caracterización. Para ello, es necesario abordar estos pensadores iniciales de acuerdo con una relación auténtica18.

Antes de seguir con lo que aquí nos atañe debemos decir que la caracterización del inicio es esencial para el proyecto filosófico de Heidegger y en particular para su hermenéutica fenomenológica, porque es aquí donde se decide la originalidad, es decir, la no arbitrariedad de los conceptos que determinan una auténtica experiencia fenomenológica.

Según Heidegger los griegos son los primeros -y acaso también los únicos- cuyo saber está inspirado por una experiencia original y no mediada con lo ente19, su decir es, por tanto, un decir acerca de lo que los entes como tales les hablan. En sentido estricto sólo el hablar de los griegos corresponde a una esencia auténticamente hermenéutica, pues sólo él, y de manera excepcional, atiende la invocación de aquello que se le muestra en el claro, está conmovido por la experiencia del mundo y por tanto no puede ni debe ser arbitrario, por ello dice en aquella mirada retrospectiva de Un dialogo del habla que: «hermenéutica no significa ni la doctrina del arte de la interpretación, ni la interpretación misma, sino más bien la tentativa de determinar, ante todo, lo que es la interpretación a partir de lo hermenéutico»20.

En términos de las historias de la filosofía y las ideas las reflexiones de Heidegger en torno a la hermenéutica y al inicio representan un círculo (pues la esencia hermenéutica del decir de estos autores se basa en que son autores del inicio, mientras que se dice asimismo que éstos son autores iniciales pues su decir es esencialmente hermenéutico) que se opone a las determinaciones de la metafísica de la modernidad acerca de la esencia del ser humano y, por tanto, del lenguaje, especialmente aquellas basadas en el antropocentrismo y en la arbitrariedad del signo lingüístico, como lo son tanto la filosofía analítica, como el positivismo lógico y la lingüística estructural.

El inicio es un topos libre de la arbitrariedad de la experiencia basada en el antropocentrismo de la metafísica de la modernidad, una vez ésta se libera de las tesis teológicas y desarrolla todas sus consecuencias.

Resulta prácticamente imposible justificar la caracterización del inicio como un tópico auténtico para la reflexión a menos que se siga al pie de la letra el principio por el cual ha de tomarse verdaderamente en serio todo aquello que sugiere al pensamiento, por ello resulta irrelevante si la fuente de nuestra interpretación es o no contemporánea del periodo que comprende a los pensadores iniciales o incluso que la anteceda, pues como señala Heidegger la cuestión del inicio no es cronológica, interesa más aquello que ésta sugiere al pensamiento, por lo cual atendemos la solución heideggeriana expresada al principio, no importa que para nuestra consideración nuestra fuente corresponda o no con la caracterización heideggeriana del inicio pues lo que sugiere al pensamiento exige más que el rigor del seguimiento de la caracterización.

¿Qué pasaría si en principio la hermenéutica correspondiera realmente a los atributos originales del dios Hermes, haría justicia a este vínculo aquello por lo cual Heidegger insistió en su relación? Desde aquí intentaremos explorar las posibilidades de esta pregunta, basándonos para ello en el testimonio más antiguo acerca del dios que se nos ha legado bajo el título del Himno A Hermes.

Hermes y la hermenéutica

Uno de los testimonio más antiguos a propósito de esta divinidad nos ha sido legado en la forma del Himno IV de la colección de himnos cuyo nombre ha pasado a la posteridad como Himnos homéricos a pesar de que claramente no concuerden con tal denominación.

Resulta tarea difícil la de fechar este curioso himno. La pretensión de autores como Eitrem o Graefe de datarlo en el siglo V a. C. por consideraciones de lengua y estilo no es convincente. La datación se hace especialmente difícil por la excepcionalidad de su léxico (el poema abunda en palabras que sólo aparecen en él en toda la literatura griega) y de sus fórmulas. En cuanto al contenido, tampoco es válido para suministrar elementos de juicio claros. No ayuda gran cosa la forma de la varita de Hermes y su relación con el caduceo que se ha tratado de valorar sin resultados convincentes. Lo único evidente es que la alusión a la lira de siete cuerdas hace imposible que el himno sea anterior al siglo VII a. C., época en que el instrumento se crea en la realidad. Humbert apunta al último tercio del siglo VI a. C., cuando ya Delfos, tras la destrucción de Crisa, puede estar llena de ofrendas. Un intervalo de setenta años precedería al drama satírico de Sófocles, los Rastreadores que alude al mismo tema. En cambio, una fecha tardía, apoyada por las semejanzas del himno con la comedia, ha quedado claramente desestimada por Allen-Halliday-Sikes21.

A pesar de las dificultades normales que supone fechar todo documento de estas características, lo que no está en duda es su antigüedad y la antigüedad del tema que trata.

Hermes es una de las divinidades más versátiles dentro del panteón helénico, por lo que resulta particularmente difícil reducir a un esquema coherente la enorme multiplicidad de sus funciones. Uno de los aspectos de esta dificultad es la oscuridad que rodea la etimología de su nombre y la determinación de su entidad originaria, problemas íntimamente conexos. Los intentos de aclarar estas cuestiones han ido fundamentalmente por dos direcciones. Unos creen que su nombre significaría 'dios del montón de piedras', término quizás prehelenico, en la idea de que la piedra posee un poder y puede ser objeto de culto. De este culto a la piedra pueden efectivamente encontrarse paralelos en Grecia, por ejemplo, en el omphalós délfico o en los pilares emplazados frente a la casa que luego caen bajo la advocación de Apolo Agieo. Según esta idea, la asociación de Hermes con la conducción de los muertos al Hades se produciría por la identificación de Hermes con el daimon que habita en los túmulos sepulcrales. Era costumbre que los caminantes agregaran, al pasar por ellos, una piedra a estos montones, y de ahí el carácter de protector del viajero asignado a Hermes. El hogar originario de estos túmulos sería Arcadia, tierra de pastoreo, por lo que el démon del montón de piedras adviene protector de los rebaños. En último término, al primar el antropomorfismo en la religiosidad griega, se colocó un busto sobre la piedra mayor y de ahí procederían los Hermes que conocemos en época posterior, apenas más que un pilar con cabeza. Este punto de vista se vería apoyado por el hecho de que son escasos los templos dedicados a este dios.

El otro camino de investigar el origen de Hermes pone su nombre en relación con la raíz ser- 'fluir' y lo hace originariamente una divinidad crónica de fecundidad, que promueve el crecimiento del rebaño. Toda una serie de rasgos de Hermes pueden explicarse, en efecto, desde este punto de vista: la piedra vertical asociada al dios, que es un símbolo fálico; su relación con la noche; el ser subterráneo (en efecto, en general ctónico viene a equivaler a subterráneo) y de ahí, conductor de las almas al inframundo.

Sea como fuere, parece Hermes un dios de nombre prehelénico y de origen indoeuropeo, cuyo paralelo más parecido lo señala Hiponacte que lo identifica con el dios meonio (esto es, lidio) Candaules. La antigüedad de su presencia en territorio griego se atestigua por su aparición en las tablillas micénicas como e-ma-a2. Entra a formar parte de la estructura familiar de los olímpicos como hijo de Zeus y Maya22.

Efectivamente, como señala Heidegger, y se aprovecha de ello en numerosas ocasiones, la etimología del nombre del dios es oscura. Con todo, queda claro que su origen se remonta mucho más atrás y mucho más allá del ámbito puramente griego. Sin embargo, no es esto lo que aquí nos interesa, sino observar si, ya dentro del ámbito del inicio del pensamiento occidental, corresponde su sentido y en qué medida con aquello que Heidegger le atribuye y resalta para seguir insistiendo en su relación con el sentido original de la hermenéutica.

Sigamos para ello con la caracterización del dios que lo inserta ya dentro de este contexto.

Hermes es un dios pastoril, pero más bien por su capacidad de multiplicar el ganado, como dios de fertilidad. Aparece representado como crióforo, esto es, llevando un carnero a su espalda, y comparte con Apolo epítetos propios de esta función pastoril... Ello hace que el ámbito de su culto fuera siempre predominantemente popular, pero no exclusivamente, pues, como pone de relieve Càssola, se asociaba, como dios pastoril que era, a los primitivos jefes de la comunidad, asimismo pastores.

De esta función principal pueden explicarse otras. Así, si tenemos en cuenta que en la sociedad pastoril primitiva el rebaño no siempre se acrecienta por medios legales, sino que el abigeato es un modo habitual de procurarse ganado, no es de extrañar que Hermes sea también el protector de los ladrones, en especial de los ladrones de ganado.

Una segunda función derivada de su carácter de dios pastoril es su calidad de dios músico, inventor de instrumentos como la lira y la siringe, aunque la primera sería luego atributo de Apolo y la segunda de Pan, divinidades que en ciertos aspectos comparten sus características.

Su cualidad de dios pastoril no agota, sin embargo, la multiplicidad de las funciones de esta deidad premoral, símbolo de la astucia y la picardía, versátil e imprevisible. Es además un mediador entre dioses y hombres, dador de bienes y males. De ahí que de un lado se le atribuya la ganancia inesperada y de otro se le considere un dios engañoso y embaucador. Pero su carácter mediador se concreta también en una función que no se le asigna en Homero, pero sí en los Himnos y en la literatura posterior, la de mensajero de los dioses.

Sea por su carácter pastoril y por tanto nómada, o por su azarosa movilidad y versatilidad, se le atribuye a Hermes la protección de los caminantes y peregrinos, y de ahí, la de los comerciantes.

Por último, Hermes se asocia con la oscuridad y la noche, en lo que ambas tienen de azaroso e imprevisible, así como con la muerte. No es raro que una de sus funciones más conocidas sea la de psychopompós, conductor de almas a su última morada23.

Contrario a lo que podría pensarse, al hablar de su cualidad originaria como mensajero de los dioses, para relacionarlo con la hermenéutica, como atestiguan los expertos ésta es una función mucho más reciente, con todo, su temporalidad no es un argumento en contra de la originalidad de su carácter como mensajero de los dioses y, sin embargo, las otras características señaladas, igualmente originales, sí nos ponen a reflexionar sobre la correspondencia con aquello que Heidegger le atribuye como origen y principio de la hermenéutica.

Hermes no es sólo un mensajero eficiente de los dioses, como eficientes son hoy los servicios de mensajería, es decir, que hacen llegar el mensaje tal y como es en el tiempo establecido, Hermes es además un embaucador, un engañador, un charlatán, pero, sobre todo, un dios creativo y musical, por ello se lo asocia también con héroes culturales como Prometeo y Foroneo24, héroes que, como señala Sloterdijk: «son los pioneros psicológicos de la cultura; talan la jungla de la impotencia y la confusión. En retaguardia de los primeros héroes, fueron posibles hombres que, por vez primera, tenían la certeza de poder aprender, de manera rutinaria, lo que en su época es propio de las posibilidades humanas»25, héroes tales como, entre otros, los poetas. Hermes es un poeta de los dioses.

¿Pero no es esto justamente lo que dice Heidegger de la hermenéutica siguiendo en ello a Platón?

Claro, pero en esa interpretación la poesía ha perdido aquello por lo cual el mismo Platón expulsa a los poetas de su ciudad ideal, a saber: la creatividad26. De hecho, si existe un punto débil dentro de la filosofía del arte de Heidegger es aquel por el cual éste subordina su principio creativo para corresponder sumisamente a la interpelación del mundo27.

Al igual que para Heidegger Hermes, como poeta, es un mediador entre los dioses y los hombres28, pero lo es no porque atienda su mandato, transmitiendo los mensajes que éstos le encomiendan lleve a los mortales, sino porque con su creatividad eleva a éstos a un punto en el que se sienten capaces de alcanzar la divinidad con sus propias manos.

Si atendemos aquella famosa exclamación tardía del filósofo de que "sólo un dios pode aún salvarnos" y la interpretamos allende a lo que ésta nos sugiere con relación a la teología -lo que implica observarla bajo la óptica de su camino filosófico-, sabremos que ella se refiere sobre todo a que nuestra salvación se encuentra en un lugar libre del caos y la arbitrariedad. Para el alemán divinidad significa el orden y la belleza propios del cosmos que se nos ha perdido por un problema principalmente de comunicación29.

Ahora bien, al igual que para muchos de sus contemporáneos -enteramente diversos- Heidegger no pudo observar que la salvación nunca se encuentra en la renuncia30 -si por su contexto es algo que no se le puede imputar, por su conocimiento de Nietzsche es algo que lo hace evidentemente culpable-. El héroe con toda su eminencia es el que dota de sentido a la realidad de los mortales y lo hace tanto por aquello que comparte con ellos, como por aquello que lo diferencia.

Los antiguos héroes sólo son celebrados en la medida en que son ejecutores de acciones y realizadores de obras. Sus acciones testimonian lo más valioso que los mortales, tanto entonces como más tarde, podían experimentar: que en la espesura llena de sucesos naturales se habría abierto un claro compuesto de no-impotencia y no-indiferencia. En los relatos de las hazañas resplandece la primera buena nueva: bajo el sol tiene lugar algo más que lo indiferenciado y lo siempre idéntico. En la medida en que se realizan acciones auténticas, los informes responden por ellos mismo a la pregunta: ¿por qué hacen los hombres algo y no más bien nada? Lo hacen para ampliar el mundo con cosas nuevas y dignas de ser celebradas. Dado que los realizadores de cosas nuevas eran representantes del género humano, si bien extraordinarios, queda abierta para los demás la vía del orgullo y de la admiración cuando escuchan las acciones y sufrimientos de los héroes31.

Si el héroe es pionero de la cultura, lo es ante todo por la eminencia de sus cualidades poéticas. En sentido estricto Heidegger tuvo razón al seguir a Hölderlin en aquello según lo cual «lleno de mérito, mas poéticamente, mora el hombre sobre la tierra»32 salvo por la disyunción que supone la coma (,) y el (mas) sin acento que refieren un sentido privativo, ya que el hombre efectivamente mora poéticamente sobre la tierra y este morar poético es, de hecho, su mérito, aunque, también por ello, su responsabilidad y su amenaza.

Un poco más arriba, al identificar a Hermes como un poeta de los dioses, distinguíamos con un "entre otros" a héroes y poetas, ahora, después de lo dicho, podemos eliminar sin más ese motivo de distinción y al hacerlo simplemente seguimos el apremio metodológico de Heidegger por hacer justicia al sentido original de los conceptos, en el que esto implica, como dijimos, atender seriamente aquello que éstos (conceptos y sentido original) sugieren al pensamiento. Poesía, poeta y poética refieren por principio hacer, crear. «Hay que recordar que estas palabras [poiêtikê y poiêsis], lo mismo que poiêtês 'poeta', se forman directamente sobre poien 'hacer'. Al griego, su lengua le recordaba constantemente que el poeta es un hacedor"»33 y esto es justamente lo que distingue al héroe.

Si hay algo débil dentro de la concepción heideggeriana de la poesía es precisamente el que no atiende su sentido original y lo que éste tiene para decir al pensamiento contemporáneo.

Después de este largo preludio e intentando retornar al objeto de nuestras presentes reflexiones vayamos al himno para ver si encontramos en él lo que hemos señalado.

Himno a Hermes

Canta, Musa, a Hermes, hijo de Zeus y Maya, que tutela Cilene y Arcadia, pródiga en rebaños, raudo mensajero de los inmortales, al que parió Maya, la Ninfa de hermosos bucles, tras haberse unido en amor a Zeus, ella, la diosa venerable.  

Evitó la compañía de los dioses bienaventurados habitando en el interior de una muy umbrosa gruta. Allí el Cronión solía unirse con la Ninfa de hermosos bucles en la oscuridad de la noche, mientras el dulce sueño retenía a Hera la de níveos brazos y pasaba inadvertido a los dioses inmortales y a los hombres mortales.  

Pero, cuando se cumplía el designio del gran Zeus y la décima luna se fijó ya en el cielo, él lo sacó a la luz y sus acciones quedaron al descubierto. Así que entonces la Ninfa parió un niño versátil, de sutil ingenio, saqueador, ladrón de vacas, caudillo de sueños, espía de la noche, vigilante de las puertas, que rápidamente iba a realizar gloriosas gestas ante los ojos de los dioses inmortales.  

Nacido al alba, tañía la lira a mediodía y por la tarde robó las vacas del Certero Apolo, el cuarto día del mes, en el que lo parió la augusta Maya.  

Cuando saltó de las inmortales entrañas de su madre, no aguardó mucho tiempo tendido en la sacra cuna, sino que se puso en pie de un salto y andaba ya buscando las vacas de Apolo, tras franquear el umbral del antro de alta bóveda.  

Al encontrarse allí una tortuga, logró una dicha infinita: Hermes fue en efecto el primero que se fabricó una tortuga musical. Ésta se le puso por delante a las puertas del patio, pastando ante su morada la hierba lozana con andares retozones. El raudo hijo de Zeus se echó a reír al verla y en seguida le dirigió la palabra:  

- ¡He aquí un presagio muy favorable para mí! No lo desdeño. ¡Salud, figura encantadora, que ritmas la danza, camarada del banquete! Bienvenida es tu aparición. ¿De dónde viene este hermoso juguete? Una tornasolada concha es tu atavío, tortuga que vives en los montes. ¡Bien! Te cogeré y te llevaré a mi morada. En algo me serás útil. No te despreciaré, sino que será a mí al primero al que beneficiarás. Mejor estar en casa, pues es peligroso lo de puertas afuera. Tú serás, en efecto, un amparo contra el muy penoso maleficio, en vida, y si mueres, podrías entonces entonar un canto extremadamente hermoso.  

Así habló, y, al tiempo que la levantaba con ambas manos, marchó en seguida adentro de su morada, llevando su encantador juguete. Luego, pinchando con un cincel de grisáceo hierro, vació el meollo de la montaraz tortuga.  

Como cuando un pensamiento fugaz atraviesa por el ánimo de un varón al que asedian múltiples preocupaciones o como cuando saltan desde los ojos las miradas chispeantes, así pensaba a la vez la palabra y la acción el glorioso Hermes. Una vez que cortó en sus justas medidas tallos de caña, los atravesó, perforando el dorso, a través de la concha de la tortuga. Alrededor tendió una piel de vaca, con la inteligencia que le es propia, le añadió un codo, los ajustó a ambos con un puente y tensó siete cuerdas de tripa de oveja, armonizadas entre sí.  

Cuando lo hubo construido, en posesión de un juguete encantador, lo tentaba con el plectro cuerda a cuerda. Al toque de su mano, sonó prodigiosamente y el dios lo acompañaba con su hermoso canto, practicando la improvisación, como los muchachos en la flor de la juventud se zahieren con descaro en los banquetes.  

Cantaba a Zeus Crónida y a Maya de hermosa sandalia, cómo antaño conversaban con amorosa camaradería, declarando así su propia estirpe de glorioso nombre, y honraba asimismo a las sirvientas y las espléndidas moradas de la Ninfa, los trípodes en la casa y los perennes calderos.  

Esas cosas cantaba, mas en su mente tramaba otras. Llevándose la hueca forminge la dejó en su sacra cuna. Ávido de carne, saltó fuera de la sala fragante hacia una atalaya, meditando en su mente un excelso engaño, como los que disponen los salteadores en la hora de la negra noche.  

El Sol se hundía bajo la tierra, en el Océano con sus corceles y el carro, cuando Hermes llegó a la carrera a los umbrosos montes de Pieria. Allí las divinas vacas de los dioses bienaventurados ocupaban su establo paciendo en prados encantadores, jamás segados. De entre ellas entonces el hijo de Maya, el vigilante Argicida, separó del rebaño cincuenta vacas de fuerte mugido. Las arreaba, descarriadas, por el terreno arenoso, trastocando sus huellas. Pues no se olvidaba de su habilidad para engañar, cuando ponía del revés las pezuñas; las de delante, atrás, y las de atrás, delante, y él mismo caminaba de frente.  

Unas sandalias se tejió en seguida sobre las arenas de la mar, con mimbre, impensables e inimaginables, obra prodigiosa, añadiéndoles tamarices y ramas de mirto.  

Una vez que hubo gavillado una brazada de ramas lozanas, ató firmemente bajo sus pies las ligeras sandalias con la misma hojarasca que el ilustre Argicida había arrancado para encubrir su ruta desde Pieria, como el que se apresura por un largo camino usando sus propios recursos.  

Lo vio un anciano que aparejaba su floreciente viña, cuando se dirigía hacia el llano a través de Onquesto, que brinda lechos de hierba.  

Le dirigió primero la palabra el hijo de la gloriosa Maya:  

- Anciano cargado de hombros que escardas tus plantas. Sin duda andarás sobrado de vino cuando todas estas produzcan. En cuanto a ti, aunque lo hayas visto, haz como si no lo hubieses visto, y aunque hayas oído, sé sordo, y calla, no sea que lo tuyo sufra algún daño.  

Mientras decía esto seguía arreando, reunidas, las poderosas cabezas de las vacas.  

Muchos montes umbrosos, valles sonoros y llanuras florecidas atravesó el ilustre Hermes. Su lóbrega cómplice, la divina noche, tocaba casi a su fin y sobrevenía de prisa la menestral aurora. Acababa de subir a su atalaya la divina Luna, la hija de Palante, el soberano de excelsos pensamientos, cuando el audaz hijo de Zeus arreó sobre el río Alfeo las vacas de ancha testuz de Febo Apolo. Infatigables, llegaron al establo de elevado techo y a los abrevaderos, frente a una excelente pradera.  

Allí, cuando, hubo apacentado bien de hierba a las vacas de fuerte mugido y las hubo arreado, reunidas, al establo, mientras ramoneaban el trébol y la juncia bañada de rocío, recopiló muchos maderos y ejercitó el arte del fuego. Tras tomar una espléndida rama de laurel, la hizo girar en una de granado apretada en su palma y exhaló una ardiente vaharada.  

Hermes en efecto inventó por primera vez los enjutos y el fuego. Tomando muchos leños secos, los amontonó apretados, abundantes, en un hoyo soterraño. Centelleó la llama lanzando a bastante distancia un soplo de fuego terriblemente abrasador.  

Mientras avivaba el fuego la fuerza del ilustre Hefesto, arrastró puertas adentro dos vacas mugidoras de torcidos cuernos, junto al fuego. Su fuerza era mucha. A ambas las derribó al suelo de espaldas, jadeantes, e inclinándose, las hizo rodar, punzándoles los meollos.  

Empalmaba tarea con tarea, tajando las carnes pingües de grasa. Asaba a la vez, ensartados en espetones de madera, trozos de carne, el lomo, ración que honra, y la negra sangre aprisionada en las vísceras. Todo aquello quedó allí, en su sitio. En cuanto a las pieles, las tendió sobre una aspérrima roca. Aún ahora después de eso, al cabo de mucho tiempo siguen allí, pese al incalculable tiempo transcurrido. Pero luego Hermes de alegre talante sacó los pingües frutos de su tarea sobre una laja lisa y trinchó doce pedazos adjudicados por suerte e hizo de cada uno un honor perfecto.  

Fue entonces cuando el glorioso Hermes anheló el rito de las carnes. Pues el aroma lo desasosegaba, aun tratándose de un inmortal, de dulce que era. Pero ni así se dejó convencer su audaz ánimo, por más que lo deseaba, para hacerlo pasar por su sacro gaznate sino que depositó en el establo de elevado techo las grasas y las abundantes carnes y las colgó luego en alto, como conmemoración de su latrocinio recién cometido. Tras colocarles encima leños secos, consumió bajo la llamarada del fuego las patas enteras y las cabezas enteras. Y cuando hubo cumplido todo como era debido, el dios arrojó sus sandalias en el vorticoso Alfeo, apagó las brasas y echó arena sobre la negra ceniza hasta el final de la noche. Hermosa brillaba sobre él la luz de la Luna.  

Luego llegó en seguida a las divinas cumbres de Cilene, mañanero, y no se lo encontró en el largo camino ninguno de los dioses bienaventurados ni de los mortales hombres. Ni siquiera aullaron los perros. El raudo Hermes, hijo de Zeus, pasó al sesgo a través de la cerradura de la sala, semejante al aura otoñal, como niebla. Se encaminó en derechura al espléndido santuario de la caverna moviendo quedo los pies. Pues no hacía ruido como cuando se anda sobre el suelo. Raudamente se metió en la cuna el glorioso Hermes y yacía envuelto con pañales en torno a sus hombros, como un niño pequeño, jugueteando entre sus manos con el lienzo alrededor de sus rodillas y manteniendo la encantadora tortuga a la izquierda de su mano. Mas no le pasó inadvertido el dios a la diosa, su madre. Y ella le dijo estas palabras:  

- ¿Y tú, qué, taimado? ¿De dónde vienes aquí en medio de la noche, vestido de desvergüenza? Ahora estoy segura de que tú atravesarás el vestíbulo muy pronto, cargado de irrompibles ataduras, por las manos del hijo de Leto, en vez de andar como un salteador, robando de vez en cuando por los valles. ¡Vuélvete por donde has venido! ¡Tu padre engendró un gran tormento para los hombres mortales y los dioses inmortales!  

A ella le respondió Hermes con astutas palabras:  

- Madre mía, ¿por qué intentas amedrentarme como a un crío pequeño, que conoce muy pocas maldades en su mente y, asustadizo, teme las riñas de su madre? Yo en cambio me consagraré al mejor oficio, cuidando constantemente como un pastor de mí y de ti. Y no nos resignaremos a permanecer aquí ambos, los únicos entre los dioses inmortales sin ofrendas y sin plegarias, como tú sugieres. Es mejor convivir por siempre entre los inmortales, rico, opulento, sobrado de sementeras, que estar sentado en casa, en la brumosa gruta. En cuanto a la honra, también yo conseguiré el mismo rito que Apolo. Y si no me lo concediera mi padre, yo mismo intentaré, que puedo, ser el caudillo de los salteadores. Y si me sigue la pista el hijo de la muy gloriosa Leto, creo que se encontrará con otra cosa, y de más envergadura. Pues iré a Pitón, para allanar su vasta morada. De allí saquearé en abundancia hermosísimos trípodes y calderos, así como oro, y en abundancia, reluciente hierro y mucho ropaje. Tú lo verás, si quieres.  

Así conversaban entre ellos el hijo de Zeus egidífero y la venerable Maya.  

La Aurora mañanera, trayendo la luz a los mortales, surgía del Océano de profunda corriente. Y Apolo llegó en su marcha a Onquesto, encantadora arboleda consagrada al conductor del carro subterráneo, el de poderoso bramido. Allí encontró al anciano, aquel bruto que aparejaba junto al camino el cercado de su viña. Le dirigió la palabra el primero el hijo de la gloriosísima Leto:  

- Anciano que siegas las zarzas de la herbosa Onquesto. Desde Pieria vengo aquí en busca de unas cabezas de ganado, todas vacas, todas retorcidas de cuernos, de mi rebaño. El toro pastaba solo aparte de los demás. Era negro y cuatro perros de feroz mirada seguían tras él, puestos de acuerdo como personas. Esos se quedaron allí, perros y toro, lo que realmente es una sorpresa. Las vacas se fueron nada más ponerse el sol de un tierno prado, de un dulce pasto. Dime, anciano ya ha mucho nacido, si es que viste a un varón que recorría el camino de estas vacas.  

Contestándole dijo el anciano estas palabras:  

- Amigo mío, ardua cosa es decir todo cuanto podría verse con los ojos, pues muchos viandantes recorren el camino. Unos, proponiéndose maldades sin cuento, otros, cosas extraordinariamente buenas, van y vienen y difícil es conocer a cada uno. Por mi parte, yo estuve todo el día hasta la puesta de sol cavando en la colina del viñedo, tierra de vides, pero a un muchacho sí que me pareció verlo, noble amigo, pero con seguridad no lo sé; aquel muchacho acompañaba unas vacas de hermosa cornamenta. Era pequeño, llevaba una varita y caminaba en zigzag. Pero las llevaba hacia atrás y tenía sus cabezas vueltas hacia él.  

Así dijo el anciano, y el dios, al oír sus palabras, siguió su camino más aprisa. Vio un ave de presa de extensas alas y al punto supo que el ladrón era el hijo de Zeus Cronión. Así que se lanzó impetuosamente el soberano hijo de Zeus, Apolo, hacia la sacra Pilos, en busca de sus vacas de tortuoso caminar, cubierto en sus anchos hombros por una oscura nube. Descubrió sus huellas el Certero flechador y dijo estas palabras:  

- ¡Ah! ¡Qué gran maravilla es ésta que veo con mis ojos! Estas son las huellas de las vacas de recta cornamenta, pero están dirigidas en sentido contrario hacia el prado de asfódelo. Mas las pisadas no son de varón ni de mujer, ni de grisáceos lobos, ni de osos, ni de leones. Ni siquiera creo que sean de un centauro de velludo cuello, quienquiera que sea el que da unas zancadas tan monstruosas con sus rápidos pies. Terribles son las de un lado del camino, y más terribles aún las del otro lado.  

Diciendo esto se lanzó el soberano hijo de Zeus, Apolo, y llegó al monte de Cilene cubierto de vegetación, a la muy umbrosa cavidad de la roca donde la Ninfa inmortal había parido al hijo de Zeus Cronión. Una encantadora fragancia se esparcía por la sacra montaña, y muchas ovejas de ahusadas patas pacían la hierba. Allí fue donde franqueó presuroso el pétreo umbral, hacia la nebulosa gruta, el propio Certero flechador, Apolo.  

Cuando el hijo de Zeus y Maya vio encolerizado por sus vacas al Certero flechador Apolo, se hundió entre sus perfumados pañales y, como cubre la ceniza de leña muchas brasas de los tueros, así se escondía Hermes al ver al Certero flechador. En pocos instantes ovilló su cabeza, manos y pies, como un niño recién bañado que reclama el dulce sueño, mas realmente estaba despierto y tenía la tortuga bajo el sobaco.  

Reconoció, y no se equivocó, el hijo de Zeus y Leto, a la bellísima Ninfa montaraz y a su hijo, un niño pequeño que se cubría con engañosas mañas. Mirando en derredor cada rincón de la espaciosa morada, tomó la reluciente llave y abrió tres estancias llenas de néctar y de encantadora ambrosía. Mucho oro y plata había dentro, y muchos vestidos de la Ninfa, de púrpura y blancos, como los que albergan las sacras moradas de los dioses bienaventurados. Una vez que hubo examinado los rincones de la espaciosa morada el hijo de Leto, le dirigió la palabra al glorioso Hermes:  

- Niño que estás tendido en la cuna, confiésame el paradero de las vacas, de prisa, porque rápidamente ambos disputaremos y no de forma cortés, pues te cogeré y te arrojaré al nebuloso Tártaro, a la tiniebla malhadada y sin salida, y ni tu madre ni tu padre te sacarán de nuevo a la luz, sino que vagarás bajo tierra, acaudillando humanas pequeñeces.  

Hermes le respondió con astutas palabras:  

- ¡Hijo de Leto! ¿Qué crueles palabras son éstas que me has dirigido? ¿Y qué es eso de que vienes aquí en busca de tus camperas vacas? No las vi, no me enteré de ello, ni oí el relato de otro. Ni podría denunciarlo, ni podría ganarme siquiera una recompensa por la denuncia. Tampoco tengo el aspecto de un varón robusto, como para ladrón de vacas. Ese no es asunto mío. Antes me interesan otras cosas: me interesa el sueño, la leche de mi madre, tener pañales en torno a mis hombros y los baños calientes. ¡Que nadie sepa de dónde se produjo esta disputa! Sin duda sería un gran motivo de asombro entre los inmortales que un niño recién nacido atravesara la puerta de la casa con camperas vacas. Lo que dices es un disparate. Nací ayer. Mis pies son débiles y bajo ellos la tierra, dura. Mas si quieres, pronunciaré el gran juramento por la cabeza de mi padre. Aseguro que ni yo mismo soy el culpable, ni vi a otro ladrón de tus vacas, cualesquiera que sean las vacas ésas. Sólo he oído lo que se cuenta de ello.  

Así habló, y lanzando miradas rápidas de sus párpados, zarandeaba sus cejas mirando aquí y allá y dando grandes silbidos como el que oye palabras sin importancia.  

Sonriendo dulcemente le dijo el Certero Apolo:  

- ¡Buena pieza! ¡Embaucador, marrullero! En verdad estoy seguro de que muchas veces, tras forzar por la noche casas bien pobladas, dejarás a más de un hombre en el puro suelo, llevándote sus enseres por la casa sin ruido, por la manera en que hablas. Asimismo afligirás a muchos camperos pastores en las gargantas del monte cuando, deseoso de carne, vayas al encuentro de las manadas de vacas y rebaños de ovejas. Pero ¡ea!, para que no duermas el último y postrero sueño, ¡baja de tu cuna, camarada de la negra noche! Pues sin duda ese privilegio tendrás en el futuro entre los inmortales: ser llamado por siempre Cabecilla de los Ladrones.  

Así dijo y, tomando al niño, lo llevaba Febo Apolo. Entonces, el poderoso Argicida dejó ir intencionadamente un presagio mientras era llevado en brazos, un insolente servidor de su vientre, un descomedido mensajero. Inmediatamente después de ello, estornudó. Lo oyó Apolo y soltó de sus manos a tierra al glorioso Hermes. Se sentó delante de él y, aun ansioso de continuar el camino como estaba, en son de burla le dirigió estas palabras a Hermes:  

- ¡Ánimo, niño de pañales, hijo de Zeus y Maya! Encontraré después las poderosas testuces de mis vacas, incluso con estos presagios, y tú por tu parte, guiarás mi camino.  

Así dijo, y se puso en pie raudamente Hermes Cilenio, caminando con premura. Con sus manos se echaba sobre ambas orejas el pañal que envolvía sus hombros, y dijo estas palabras:  

- ¿Por dónde me llevas, Certero, el más violento de los dioses todos? ¿Acaso me provocas, encolerizado en tal medida por culpa de tus vacas? ¡Ay!, ¡ojalá pereciera la raza de las vacas! Pues yo al menos no robé tus vacas, ni vi a otro, cualesquiera que sean las vacas ésas. Sólo he oído lo que se cuenta de ello. Dame reparación, o recíbela, en presencia de Zeus Cronión.  

Mas cuando hubieron cuestionado cada detalle cuidadosamente, Hermes el ovejero y el ilustre hijo de Leto, marchaban con intenciones diferentes (el uno hablaba con franqueza y no injustamente tenía prisionero por causa de sus vacas al glorioso Hermes, mientras que éste, el Cilenio, con sus añagazas y ladinas palabras quería engañar al del Arco de Plata): pero ahora, por muy astuto que fuese, se había encontrado con otro lleno de recursos; caminaba raudamente luego por la arena, delante, y detrás iba el hijo de Zeus y Leto.  

En seguida llegaron a la cima del Olimpo, fragante de incienso, ante el padre Cronión, los hermosísimos hijos de Zeus, pues allí se hallaba para ambos la balanza de la justicia.  

Un rumor de conversaciones llenaba el Olimpo nevado. Los imperecederos inmortales se reunían desde la aurora de flores de oro. Se detuvieron Hermes y Apolo, el del Arco de Plata, ante las rodillas de Zeus. Y éste, Zeus, el que truena en lo alto, interrogó a su ilustre hijo y le dijo estas palabras:  

- Febo, ¿de dónde nos traes esta grata presa, un niño recién nacido que tiene el porte de un heraldo?. ¡Serio es este asunto que llega ante la asamblea de los dioses!  

Le respondió entonces Apolo, el Certero Soberano:  

- Padre, en seguida vas a oír un relato, y no sin importancia, tú que me injurias en la idea de que sólo yo soy amante del botín. Encontré un niño, este agudo saqueador, en los montes de Cilene, tras haber recorrido gran parte del país, falaz como yo al menos nunca vi a otro de los dioses ni de cuantos hombres embaucadores hay sobre la tierra. Tras robarme del prado mis vacas, se fue arreándolas al atardecer, por la orilla de la mar muy bramadora, encaminándolas en derechura hacia Pilos. Las huellas eran dobles, desmesuradas, como para admirarse, y obra de una ilustre divinidad. En cuanto a estas vacas, el negro polvo que conservaba sus huellas las mostraba en dirección al prado de asfódelo. Y él mismo, inaccesible, sin que nada se pudiera contra él, no caminaba ni sobre sus pies, ni a gatas por la región arenosa, sino que, con otra ocurrenda, trazaba huellas ambiguas, y tal como si alguien anduviera sobre árboles jóvenes.  

Mientras caminó por la región arenosa, todas sus huellas se destacaban con facilidad en el polvo. Pero cuando hubo atravesado el gran sendero de arena, se hizo en seguida invisible el rastro de las vacas y el suyo, por un terreno duro. Sin embargo, lo vio un hombre mortal, cuando arreaba en derechura hacia Pilos la raza de las vacas de ancha testuz. Mas una vez que las hubo encerrado con tranquilidad y hubo acabado el escamoteo de una parte a otra del camino, se echó en la cuna, semejante a la negra noche, en la brumosa gruta, en tinieblas, y ni siquiera un águila de aguda visión lo habría descubierto. Se frotaba continuamente con sus manos los ojos, tratando de disimular su astucia. Él mismo luego me dijo claramente estas palabras: "No las vi, no me enteré de ello, ni oí el relato de otro. Ni podría denunciarlo, ni podría ganarme siquiera una recompensa por la denuncia".  

Después de que hubo hablado así, se sentó Febo Apolo. Hermes pronunció otro discurso entre los inmortales y se dirigió hacia el Cronión, soberano de los dioses todos:  

- Zeus padre, sin duda que te diré la verdad, pues soy franco y no sé mentir. Llegó a mi casa en busca de las vacas de tortuoso paso hoy, nada más salir el sol, y no llevaba consigo ni testificante ni testigo de vista de los dioses inmortales. Me instaba a confesar bajo violenta coacción. Muchas veces me amenazaba con arrojarme al ancho Tártaro, porque él posee la tierna flor de la juventud ganosa de gloria y yo en cambio nací ayer (y eso lo sabe también él mismo), sin que tenga tampoco el aspecto de un varón robusto como para ladrón de vacas. Créeme, pues te glorías de ser mi padre, que no me llevé las vacas a casa (¡ojalá fuera yo rico!) ni atravesé el umbral. Lo declaro sinceramente. Mucho reverencio al Sol y a los demás dioses; a ti, te quiero, y a él le tengo un respetuoso temor. También tú sabes que no soy culpable, así que pronunciaré un gran juramento. ¡No, por estos pórticos hermosamente adornados de los inmortales! Yo un día le haré pagar con creces su implacable rapto, por fuerte que sea. ¡Pero tú protege a los más jóvenes!  

Así habló guiñando los ojos el Cilenio Argicida. Sostenía el pañal con el brazo y no lo soltaba.  

Zeus se echó a reír de buena gana al ver al niño bribón que negaba con habilidad y experimentadamente el asunto de las vacas. Ordenó que ambos, teniendo un ánimo concorde, emprendieran la búsqueda y que Hermes el mensajero guiara y señalara, sin dobleces de pensamiento, el lugar en donde había escondido las vigorosas testuces de las vacas. El Crónida hizo una señal con su cabeza y obedeció el ilustre Hermes, pues fácilmente se hacía obedecer la mente de Zeus egidífero.  

Apresurándose ambos, los hermosísimos hijos de Zeus se encaminaron a Pilos, la arenosa, sobre el vado del Alfeo y llegaron a los campos y al establo de elevado techo, donde medraba el ganado en las horas de la noche. Hermes entró allí luego en la rocosa gruta y sacó a la luz las poderosas testuces de las vacas, y el hijo de Leto, que miraba desde lejos, vio las pieles de vaca sobre una roca inaccesible y en seguida le preguntó al glorioso Hermes:  

- ¿Cómo pudiste, bribón, degollar dos vacas, siendo un recién nacido y pequeño? Yo mismo me inquieto de tu fuerza en el futuro. Es preciso que no crezcas mucho más, Cilenio, hijo de Maya.  

Así dijo y con sus manos le echó alrededor fuertes ataduras de sauzgatillo. Pero éstas en seguida echaban raíces bajo sus pies en tierra allí mismo, como acodos, entramadas con facilidad entre ellas y sobre todas las camperas vacas, según designios de Hermes el disimulador. Apolo quedó atónito al verlo. Entonces el poderoso Argicida miró de soslayo a tierra, ansioso por ocultar su mirada de fuego.  

Al gloriosísimo hijo de Leto, al Certero flechador, lo aplacó con gran facilidad, como quería, aun cuando era poderoso. La lira, a la izquierda de su mano, la tentaba con el plectro cuerda a cuerda. Al toque de su mano sonó prodigiosamente. Se echó a reír Febo Apolo regocijado y en su fuero interno penetró el encantador sonido de la música sobrenatural y se adueñó de él, de su corazón, un dulce deseo mientras lo oía. Tañendo deliciosamente su lira se paró el hijo de Maya, confiado ya, a la izquierda de Febo Apolo y, en seguida, tañendo sonoramente su cítara, entonó su canto a modo de preludio y lo acompañaba su voz encantadora, celebrando a los dioses inmortales y a la tierra tenebrosa, cómo se originaron en un principio y cómo obtuvo su parte cada uno. Honró con su canto de entre los dioses primero a Mnemósine, madre de las Musas, pues ella tenía bajo su tutela al hijo de Maya. Y de acuerdo con su edad y cómo nació cada uno, honró a los dioses inmortales el ilustre hijo de Zeus, narrándolo todo con orden y tañendo la cítara sobre su brazo. A Apolo un incontenible deseo se le apoderó del ánimo en su pecho. Y dirigiéndose a él, le dijo en aladas palabras:  

- Matarife, esforzado marrullero, camarada del banquete. Estás interesado por una cosa que vale por cincuenta vacas; creo que dirimiremos tranquilamente nuestras diferencias desde hoy. Mas ahora dime, versátil hijo de Maya, ¿acaso te acompañaron desde tu nacimiento estas prodigiosas habilidades o alguno de los inmortales o de los hombres mortales te concedió este excelente don y te enseñó el canto divino? Maravilloso es este son recién aparecido que escucho. Aseguro que no lo ha aprendido ninguno de los varones ni de los inmortales que poseen olímpicas moradas, fuera de ti, salteador, hijo de Zeus y Maya. ¿Qué habilidad es esta? ¿Qué música de irresistibles preocupaciones? ¿Cuál es el camino hacia ella? Pues francamente es posible obtener tres cosas a la vez: alegría, amor y dulce sueño. También yo, en efecto, soy compañero de las Musas del Olimpo a las que atraen los coros y la espléndida ruta del canto, la floreciente cadencia y el deseable clamor de las flautas. Pero pese a todo, jamás otra cosa atrajo tanto a mi ánimo entre las diestras habilidades de los jóvenes en los banquetes.  

Te admiro, hijo de Zeus, por eso. ¡Con qué encanto tañes la cítara! Ahora, puesto que, con lo pequeño que eres, ya concibes gloriosas ocurrencias, siéntate, amigo, y atiende con tu ánimo a quienes son mayores que tú. Pues de hecho habrá para ti gloria entre los dioses inmortales. Para ti mismo y para tu madre. Eso te lo diré francamente. Sí, por esta lanza de madera de cornejo, yo te sentaré sin duda entre los inmortales como glorioso y próspero guía, te obsequiaré espléndidos presentes y no te engañaré al final.  

Hermes le respondió con astutas palabras:  

- Me interrogas, Certero, con habilidad. Pero yo no rehúso en absoluto que accedas a mi destreza. Hoy mismo la conocerás. Quiero ser amistoso contigo tanto de intención como de palabra. Tú en tu fuero interno todo lo conoces bien. Pues te asientas el primero entre los inmortales, hijo de Zeus, valeroso y fuerte. Te ama el prudente Zeus con toda justicia y te ha proporcionado espléndidos presentes y honras. Dicen que tú, Certero, aprendiste de la profética voz de Zeus los oráculos. Pues de Zeus vienen los vaticinios todos. Que tú eres rico en ellos ahora, también yo mismo lo sé, hijo. Y depende de tu arbitrio el aprender lo que desees.  

Pero, puesto que tu ánimo se ve impulsado a tañer la cítara, acompáñate, tañe la cítara y, recibiéndola de mí, conságrate a estos júbilos. Y tú, amigo, concédeme la gloria. Canta teniendo en las manos esta compañera de voz sonora, que sabe expresarse con hermosura, bien y según orden. En adelante llévala tranquilo al floreciente banquete, a la danza encantadora y a la ronda ganosa de gloria, alegría de la noche y del día. Si alguno la templa, instruido con habilidad y práctica, con sus sones enseña toda clase de cosas gratas al espíritu, tañida con facilidad tras delicadas experiencias y huyendo de un penoso esfuerzo. Pero si alguno, inexperto, la tienta por primera vez con violencia, no hará más que dar notas fuera de tono en vano.  

Depende de tu arbitrio el aprender lo que desees. De seguro que te la regalaré, ilustre hijo de Zeus. Yo por mi parte, Certero, por el monte y el llano nutridor de corceles llevaré a pastar a los pastizales a las camperas vacas. Allí las vacas, uniéndose a los toros, parirán en abundancia promiscuamente machos y hembras. Ninguna necesidad hay de que, por muy ganancioso que seas, permanezcas tan violentamente irritado.  

Dicho esto, se la tendió. La aceptó Febo Apolo y le puso en la mano a Hermes de buen grado un reluciente látigo y le encomendó el pastoreo de sus vacas. Y lo aceptó el hijo de Maya, gozoso. Tomando la cítara a la izquierda de su mano el ilustre hijo de Leto, Apolo, el Certero Soberano, la tentaba con el plectro cuerda a cuerda. Al toque de su mano sonó prodigiosamente y el dios la acompañó con un hermoso canto.  

Luego condujeron ambos las vacas hacia el sacratísimo prado. Y ellos, los hermosísimos hijos de Zeus, se apresuraron de vuelta hacia el muy nevado Olimpo, deleitándose con la forminge. Se gozó, como es natural, el prudente Zeus, y los unió a ambos en amistad. Así que Hermes conservó de continuo su afecto al hijo de Leto, como todavía ahora. La prueba es que le concedió al Certero flechador la cítara encantadora. Y él, experto, la tañía sobre su brazo.  

Mas luego a él mismo se le ocurrió el procedimiento de otra sabiduría. Creó el sonido de las siringes, audible de lejos. Entonces el hijo de Leto le dijo estas palabras a Hermes:  

- Temo, hijo de Maya, taimado mensajero, que me robes la cítara a la vez que el curvado arco, pues tienes de Zeus el honor de haber instituido los trueques entre los hombres en la tierra que a muchos nutre. Pero si te avinieras a pronunciarme el gran juramento de los dioses, o asintiendo con tu cabeza o sobre la poderosa agua de la Éstige, todo lo que hicieras sería grato y querido a mi corazón.  

Entonces el hijo de Maya, prometiéndolo, asintió con la cabeza que no robaría nada de lo que el Certero flechador poseyera ni siquiera se acercaría a su sólida morada. Así que Apolo, el hijo de Leto, asintió con su cabeza en concordia y amistad que ningún otro de entre los inmortales le sería más querido, ni dios ni mortal prole de Zeus:  

- Haré un pacto perfecto entre los inmortales y a la vez de entre todos fiadero en mi corazón y honrado. Mas luego te daré una hermosísima varita de abundancia y riqueza, de oro, de tres hojas, que te conservará sano y salvo, llevando a cumplimiento todos los decretos de palabras y de buenas obras cuantos aseguro haber aprendido de la profética voz de Zeus.  

Mas la adivinación, queridísimo vástago de Zeus, por la que me preguntas, es palabra divina el que no la aprenda ni siquiera otro de los inmortales. Eso lo conoce la inteligencia de Zeus. Pero yo al menos asentí con la cabeza, garantizándolo, y pronuncié un gran juramento; que ningún otro de los dioses imperecederos, fuera de mí, conocería la perspicaz determinación de Zeus. Así que tú, hermano de la áurea varita, no me instes a revelar las palabras divinas cuantas medita Zeus, cuya voz se oye a lo lejos.  

De los hombres dañaré a uno, beneficiaré a otro, pastoreando las múltiples estirpes de los hombres no dignos de envidia. De mi profética voz se beneficiará cualquiera que llegue, según el canto y el vuelo de las aves oraculares. Ése se beneficiará de mi profética voz y no lo engañaré. Pero el que, fiado en las aves de falibles augurios, quiera interrogar el oráculo en contra de nuestra voluntad y entender más que los dioses que por siempre existen, lo aseguro, hace su camino en balde y yo no aceptaré sus ofrendas.  

Te diré otra cosa, hijo de la gloriosísima Maya y de Zeus egidífero, raudo démon de los dioses. Hay unas venerables muchachas, hermanas de nacimiento, que se ufanan de sus raudas alas. Son tres y, con la cabeza cubierta de blanco polen, habitan su morada al pie de la garganta del Parnaso. Son maestras, por su cuenta, de una adivinación a la que, aún de niño, me dedicaba con mis vacas. Mi padre no se preocupaba de ello. Desde allí luego, volando de una parte a otra, se nutren de los panales y dan cumplimiento a todas las cosas. Cuando, nutridas de rubia miel, entran en trance, consienten de buen grado en profetizar la verdad. Pero si se ven privadas del dulce manjar de los dioses, mienten entonces agitándose unas a otras. En adelante te las concedo. Y tú, interrogándolas sinceramente, regocija tu mente. Y si conocieras a algún varón mortal, a menudo podría oír tu profética voz, si tiene esa suerte. Ten eso, hijo de Maya, y apacienta las camperas vacas de tortuoso paso, los corceles y los mulos sufridos para el trabajo34.

A diferencia de los demás olímpicos, tanto Hermes como su madre, Maya, se encontraban relegados a una cueva, sin reconocimiento y sin culto. El himno canta las gestas del dios, por cuyos atributos más tarde será reconocido como mensajero de los dioses. Los principales de éstos son el ingenio y la musicalidad, propios de la poesía, con ellos, desde muy temprano35, el dios consigue independizarse y forjar su propio camino, pues a diferencia de su madre, Hermes no se sentía satisfecho con la suerte que le había tocado en turno36.

El primero de los prodigios que nos relata el himno es la invención de la lira. Debe notarse el carácter festivo y respetuoso con el que el dios tributa a la tortuga, reconociéndola como compañera. No queda claro por su forma si Hermes espera hasta que ésta muere de forma natural o si él mismo la asesina37, pero cabe suponer, por lo que dice al encontrarla, y a diferencia de aquello por lo cual Heidegger trató de negar el carácter primigeniamente inventivo de la poesía, que lo propiamente creativo del dios no va en detrimento del reconocimiento y respeto de la naturaleza, al contrario, y siguiendo en ello un concepto caro a Sloterdijk, pareciera que Hermes es el pionero psicológico del diseñador de la naturaleza38.

Otro rasgo que inmediatamente salta a la vista e íntimamente relacionado con la invención de la lira, es decir, con su carácter poético y musical, es que el dios no es aquejado por la clásica división entre lo teórico y lo práctico; pensamiento, palabra y acción se dan de manera inmediata y armoniosa39.

Junto con la invención de la lira el proemio de la obra nos relata la otra de las grandes y numerosas gestas del dios de la que el himno tratará, el robo del rebaño de Apolo, de hecho el texto nos dice que tan pronto salió de las entrañas de su madre ya ideaba como apoderarse de las reces.

Como parte de esta hazaña el himno nos cuenta otro de los inventos que, como dijimos, aproximan al dios con los héroes culturales. Tras el exitoso robo del ganado y una vez hubo llegado adonde había predispuesto su nueva morada, "recopiló muchos maderos y ejerció el arte del fuego... Hermes en efecto inventó por primera vez los enjutos y el fuego" (vv. 108-109 y 112-113) y esto no es cosa baladí si tomamos en cuenta que el inicio de la cultura, al menos para occidente, siempre ha estado asociado al fuego40. Además, y en la misma línea, el invento del fuego es seguido del establecimiento del rito y del culto, en efecto la obra nos relata algo que los expertos han asociado con rituales antiguos de purificación41.

Más importante que el robo de las vacas de Apolo, una hazaña en sí misma para un recién nacido, es la manera en la que Hermes no sólo sale indemne, sino, aún, recompensado y victorioso. Una vez llegado a la gruta y ya de día su madre se da cuenta de su fechoría y lo recrimina con amenazadoras palabras, pero el niño sabe aplacarla con un suaves discurso y entonces le confiesa sus planes: "Madre mía, ¿por qué intentas amedrentarme como a un crío pequeño, que conoce muy pocas maldades en su mente y, asustadizo, teme las riñas de su madre? Yo en cambio me consagraré al mejor oficio, cuidando constantemente como un pastor de mí y de ti. Y no nos resignaremos a permanecer aquí ambos, los únicos entre los dioses inmortales sin ofrendas y sin plegarias, como tú sugieres. Es mejor convivir por siempre entre los inmortales, rico, opulento, sobrado de sementeras, que estar sentado en casa, en la brumosa gruta. En cuanto a la honra, también yo conseguiré el mismo rito que Apolo. Y si no me lo concediera mi padre, yo mismo intentaré, que puedo, ser el caudillo de los salteadores. Y si me sigue la pista el hijo de la muy gloriosa Leto, creo que se encontrará con otra cosa, y de más envergadura. Pues iré a Pitón, para allanar su vasta morada. De allí saquearé en abundancia hermosísimos trípodes y calderos, así como oro, y en abundancia, reluciente hierro y mucho ropaje. Tú lo verás, si quieres." A diferencia del hermeneuta de Heidegger, Hermes no se contenta con la generosidad de las donaciones42 divinas, éste quiere, ante todo, reconocimiento y si no lo recibe por las buenas está dispuesto a pelear aún en contra de aquellos que son considerados los más poderosos, confiado, como también lo hiciera Odiseo al enfrentar a Áyax por la armadura de Aquiles, en el favor de la victoria gracias a las dotes de su ingenio. Justamente su esencia poética es lo que hace que Hermes cree constantemente, tanto de pensamiento como de obra, y a un ser de tales características, tenido por protector de los ladrones y él mismo ladrón a su vez, entiende poco de donaciones.

Tras el episodio con su madre, el siguiente en caer en cuenta del robo es el propio afectado, Apolo quien presuroso se dirige a la gruta donde habitaba Maya, al verlo Hermes abandona su aspecto sagaz para adoptar los modos propios de un recién nacido, como de hecho era, y al increparlo el hijo de Zeus y Leto seguro de su culpabilidad, éste, sin embargo, no se dejó amedrentar y pronunció un discurso lleno de astucia -y acaso también de impiedad- que le valió el reconocimiento de su acusador, mas no el perdón. Es de resaltarse la valentía del niño, como dijimos, amparada en la confianza por su inteligencia, no obstante, el episodio va más allá llegando a un punto en que, de ser otros el caso y el tono, resultaría chocante por su impiedad. En la intención de seguir adelante con el engaño Hermes llega a jurar en falso incluso por la cabeza de su padre, este es un episodio que trata acerca de la ambigüedad de la verdad cuya fuerza filosófica sigue aún tan viva como cuando los sofistas desafiaron las convenciones y fincaron las bases filosóficas de la pluralidad43.

Pero como era éste, Apolo, hijo ilustrísimo, de padre y madre ilustrísimos a su vez, no se dejo embaucar por el niño y continuo con la reyerta por lo que era suyo por derecho hasta llevarla delante del mismísimo Zeus que como juez supremo y soberano decidiría qué medidas tomar para aplacar la disputa. Y aún ante tal señor, temido por todos los demás inmortales, Hermes pronunció nuevamente un taimado discurso que le arranco a aquél una sonrisa. A pesar de la culpabilidad y gracias a su ingenio, Zeus sólo ordenó que el hijo de Maya regresara las vacas a Apolo sin mayor castigo y aún con el reconocimiento de su gran astucia.

Una vez hubieron hecho el camino hacia donde se encontraba el rebaño y al ver la manera en que Hermes lo había dispuesto Apolo se sorprendió, pero se sorprendió aún más al ver que éste había degollado a dos de ellas, y a pesar de ser reconocido como el más poderoso después de Zeus éste le dijo a aquél "¿Cómo pudiste, bribón, degollar dos vacas, siendo un recién nacido y pequeño? Yo mismo me inquieto de tu fuerza en el futuro. Es preciso que no crezcas mucho más, Cilenio, hijo de Maya" e intentó apresarlo con "fuertes ataduras de sauzgatillo. Pero enseguida echaban raíces bajo sus pies en tierra allí mismo, como acodos, entramadas con facilidad entre ellas y sobre todas las camperas vacas, según designios de Hermes el disimulador. Apolo quedó atónito al verlo", entonces (Hermes) "al gloriosísimo hijo de Leto, al Certero flechador, lo aplacó con gran facilidad, como quería, aun cuando era poderoso" al teñir la cítara. Nuevamente es su espíritu poético y musical el que lo hace salir avante y por el cual es reconocido su poder.

Son muchas cosas lo que para la especulación filosófica sugiere el que uno de los más importantes y reconocidos dioses del panteón helénico se hallara inquieto con el poder de un personaje como Hermes, como si éste adelantara el tema de la muerte de dios en el parágrafo El hombre loco de la Gaya ciencia, éste, sin embargo, es un asunto que rebaza las pretensiones del presente; pero no así el que en su canto para apaciguar a Apolo Hermes honré de entre los dioses la primera a Mnemósine, madre de las musas. Según Heidegger la tarea del poeta, como auténtico pensador, se encuentra en traer el recuerdo a la palabra, pensar es re-pensar, estar dotado de memoria y de recuerdo pues lo pensado siempre permanece presente como lo auténticamente histórico, Hermes se encuentra también bajo la tutela de la diosa de la memoria y el recuerdo44 y por ello madre de las musas inspiradoras de la poesía, sin embargo, aquello que hace auténtico el poetizar del dios no es la correspondencia actualizada (lo histórico en Heidegger) de lo pensado, sino su potencia creativa, lo auténticamente diferente, eso es lo que aplaca finalmente la ira de Apolo y allana el camino de su futura amistad, sellada por medio del intercambio de presentes, Hermes regala al hijo de Leto la cítara, mientras éste regala a aquél una varita mágica de la abundancia, presagios auspiciosos para el futuro y le encomienda el pastoreo de su ganado.

Hay algo que en dicho intercambio debe notarse. Al regalar Hermes la cítara a Apolo no cede, sin embargo, nada que le sea propio, nada de su esencia, y ello lo constata el que inmediatamente hecho el presente cree el sonido de las siringes, al contrario al regalar el hijo de Leto la varita y al encomendarle el pastoreo de su ganado cede algo que ni puede recuperar ni puede sustituir. Se dirá, y con razón, que cuando uno hace un obsequio, y más si es para alguien valioso, lo cual implica que el obsequio también lo sea -y se sobreentiende que esto no tiene que ver con lo monetario-, no lo hace esperando recuperar o sustituir lo regalado, aquí, no obstante, el himno nos muestra una relación asimétrica que revela, contra las apariencias, quién lleva la voz cantante dentro de la relación y cuál es la auténtica razón de esta diferencia de poderes. "Temo, hijo de Maya, taimado mensajero, que me robes la cítara a la vez que el curvado arco, pues tienes de Zeus el honor de haber instituido los trueques entre los hombres en la tierra que a muchos nutre. Pero si te avinieras a pronunciarme el gran juramento de los dioses, o asintiendo con tu cabeza o sobre la poderosa agua de la Éstige, todo lo que hicieras sería grato y querido a mi corazón". Si Apolo fuera discípulo de la memoria lo mismo que Hermes recordaría que ningún juramento puede garantizar su tranquilidad, ya que reconoce que por sus propios fueros se encuentra indefenso ante las disposiciones del hijo de Maya, la situación depende entonces del contentillo de éste.

Hay una cosa que, sin embargo, Apolo se niega a ceder, lo referente al don de la adivinación y ello porque éste, a diferencia de los dones de Hermes, no pertenece realmente a aquél, sino que es una donación de Zeus, quien ha dispuesto que él sea el único entre los inmortales capaz de saber con antelación sus designios (los de Zeus). En primera instancia podría pensarse que esta resistencia equilibra lo referente al intercambio de presentes recién expuesto, no obstante, sólo lo refuerza, pues el conocimiento de tales designios se encuentra completamente en contra de la disposición poética y musical de Hermes. Son numerosas las fuentes, sobre todo en la épica y la tragedia antiguas, que atestiguan como incluso el propio Zeus se encuentra sujeto a los designios del destino; la creatividad, como veíamos al seguir en ello a Sloterdijk, es aquello que logra por primera vez superar la impotencia e indiferencia propias del fatum. La creencia en los designios tanto del pasado como del futuro es lo que inspirará la crítica de Nietzsche al concepto de historia, que tiene sus primeros compases en ese escrito de juventud tan acertadamente titulado fatum e historia. Si Hermes es incapaz de conocer los designios del destino es porque su esencia creativa le impide reconocerlos.

La poesía, principio de la creatividad, es la auténtica negación de lo dado. Hermes, como poeta de los dioses, es incapaz de atender las señales de éstos, al menos en cuanto éstas se entienden como donaciones, sin él mismo negar su propia esencia. Aquello que diferencia e éste de los demás dioses y que en primera instancia lo muestra como inferior ante ellos es, no obstante, la fuente de su superioridad. Así pues, claro que Hermes puede y debe ser considerado el pionero psicológico de la hermenéutica siempre y cuando yendo más allá de donde lo hizo Heidegger estemos dispuestos a atender lo que su sentido original inspira al pensamiento.



Recibido: 27 de junio de 2012


Aceptado: 5 de agosto de 2012



Isaac Puki J. Moctezuma Perea es licenciado y maestro en Comunicación por la Universidad Nacional Autónoma de México. Forma parte de los proyectos de investigación Historia de la Filosofía Moderna (7D82B24003) y La filosofía moderna y el mundo contemporáneo (7D82B24003) de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, así como del proyecto La hermenéutica como herramienta metodológica para la investigación en Ciencias Sociales y Humanidades (http://proyectohermeneutica.wordpress.com/) de la Universidad Nacional Autónoma de México (PAPIIT IN305411-3); forma parte del staff de la Revista Observaciones filosóficas (/) y del Colectivo de traducción al castellano del Diccionario Histórico-Crítico del Marxismo (http://dhcm.inkrit.org/). Ha publicado diversos artículos en revistas especializadas y actualmente cursa estudios de doctorado en Ciencias Políticas y Sociales en la UNAM.




Bibliografía

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1 Ver relación con: VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, "Sloterdijk y Heidegger: Normas para el Parque Zoológico-Temático Humano, Culturas Post-Humanísticas y Capitalismo Cárnico Contemporáneo", En NÓMADAS,Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas - Universidad Complutense de Madrid UCM,, NÓMADAS. 32 -Julio-Diciembre. 2011 (II), pp. [102-125] http://www.ucm.es/info/nomadas/32/adolfovasquezrocca_2.pdf.
2 En la introducción de su Historia de la hermenéutica Maurizio Ferraris, siguiendo a Kerényi y a August Boeckh, resume cómo ha sido desestimada una posible relación entre la etimología de la voz hermenéutica y el nombre del dios Hermes, aunque no olvida señalar las razones de sentido que dieron origen a esta creencia más bien tardía; además aporta también algunas posibles soluciones de los especialistas al problema en las que se confirma su íntima relación con el lenguaje. Ferraris, Maurizio, Historia de la hermenéutica, Siglo XXI, México, 2010, pp. 11-12. El interesado pude comparar estas soluciones con aquellas otras que ofrecen los especialistas en relación con el nombre del dios Hermes que ofrecemos más adelante.
3 Heidegger, Martin, De camino al habla, Serbal, Barcelona, 2002, p. 91.
4 Heidegger, Martin, Ser y Tiempo, Trotta, Madrid, 2009, p. 54.
5 Heidegger, Martin, Hölderlin y la esencia de la poesía, en: Aclaraciones a la poesía de Hölderlin, Alianza, Madrid, 2005, pp. 37-53.
6 Resulta sin duda polémica la decisión por parte de Heidegger de ocuparse precisamente de este diálogo para caracterizar, a partir de él, el sentido original de la hermenéutica, debido al tono con el que Platón parece tratar los temas contenidos en él, esto es, con un marcado toque de ironía y sarcasmo [cf., aquello que se dice al respecto en la Introducción y notas en su edición y traducción del diálogo de J. Calohge Ruiz, E. Lledó Íñigo y C. García Gual, Diálogos I, Gredos, Madrid, 2003]. De ser éste el caso entonces, aquello que dice Platón en él acerca de la hermenéutica sería justamente lo contrario de lo que verdaderamente pensaba. A pesar de esto la coherencia en la selección de las fuentes de Heidegger puede ser sostenida si consideramos que, en lugar de ocuparse de la opinión de Platón como si éste fuera una autoridad, lo ocupa como una fuente indirecta del pensamiento inicial, procedimiento no extraño al alemán si recordamos que para él tanto Platón como Aristóteles representan el principio del fin del pensamiento inicial occidental [cf. Heidegger, Martin, De la esencia de la verdad, Herder, Barcelona, 2007].
7 Heidegger, Martin, Ontología, Alianza, Madrid, , pp. 27-28.
8 Heidegger, Martin, Caminos de bosque, Alianza, Madrid, 2005, p. 52.
9 Heidegger, De camino al Habla, ed. cit., p. 23.
10 Ibíd., p. 74.
11 No se le escapa a Heidegger que otro de los atributos que distinguen a Hermes es el de ser pastor de las vacas de Apolo. Esto, junto con su afición por las cosas del campo, pudo ser lo que motivo aquella famosa fórmula utilizada por primera vez en la Carta sobre el "humanismo", en: Hitos, Alianza, Madrid, 2007, pp. 259-257. Más adelante, al ocuparnos del himno A Hermes volveremos sobre estos atributos.
12 Benjamin, Walter, Tesis sobre la historia y otros fragmentos, Ítaca-UACM, México, 2008, p. 51.
13 Heidegger, Martin, Conferencias y artículos, Serbal, Barcelona, 2001, pp. 34-35.
14 Ibíd., p. 35.
15 Ibíd., p. 34.
16 Que a veces él mismo parece negarse en posicionamientos como aquél según el cual la historia del pensamiento está determinada por el olvido del ser, al cual se impone la legítima pregunta por ¿cómo ha sido posible para Heidegger preguntar por él si él mismo pertenece a esta historia? o aquél otro según el cual todos los pensadores de occidente, posteriores a Descartes, han sido determinados por la metafísica de la modernidad, afectado por el mismo cuestionamiento. Estos posicionamiento graves, marcados por la intolerancia, pertenecen, no obstante, a la producción temprana del autor que, desafortunadamente, ha marcado su recepción posterior y que ha establecido la creencia errónea, como queda de manifiesto por la cita anterior, de que Heidegger desestimaba por completo y por adelantado a la ciencia y al progreso. Más justo sería decir que para el filósofo toda posibilidad legítima de lo uno y lo otro sólo es posible mediante el abandono del posicionamiento dogmático e irreflexivo que toma a éstos no como posibilidades sino como hechos y además como eminentes e inminentes. Sólo mediante una mirada de conjunto, por la cual apela el alemán a regresar a los clásicos del pensamiento occidental, es posible encontrar vías que posibiliten el bienestar, pero éstas jamás serán encontradas si no se las busca y esto no será posible si no se reconoce que carecemos de ellas y que, además, nos son urgentes.
17 Heidegger, Conferencias y artículos, ed. cit., p. 34.
18 Heidegger, Martin, Parménides, Akal, Madrid, 2005, pp. 5-6.
19 Heidegger, De camino al habla, ed. cit., p. 99.
20 Ibíd., p. 74.
21 Bernabé Pajares, Alberto, Himnos homéricos, Gredos, Madrid, 2004, pp. 149-150.
22 Ibíd., pp. 131-133.
23 Ibíd., pp. 133-135.
24 Ibíd., p. 145.
25 Sloterdijk, Peter, Extrañamiento del mundo, Pre-Textos, Valencia, 2001, p. 35.
26 Numerosos tanto por la cantidad como por la calidad han sido los intentos por contestar ese famoso y polémico Libro IX de La República, quizás uno de los más logrados, y acorde con la perspectiva que aquí desarrollamos, sea el Stello de Alfred de Vigny, en cuya lectura no hemos podido detenernos por falta de tiempo y espacio, pero que en un futuro -no lejano- esperamos retomar para ahondar en lo dicho.
27 A pesar de que Heidegger se encargara de enfatizar que el principio hermenéutico de la poesía no significaba pasividad ni sumisión lo cierto es que su concepción deja poco espacio de maniobra.
28 Cabe la característica de que él mismo ha sido divinizado, algo no ajeno al mundo griego, inclusive en el periodo postheroico, basta recordad la íntima cercanía entre dioses y héroes, y en un ámbito particularmente artístico como muestra Orfeo y Museo. Asimismo, en periodo postheroico el propio Homero e incluso, ya entrados en pleno clasicismo, Platón, si cabe tomarse enserio realmente aquello de el divino Platón.
29 La relación entre arte, poesía, divinidad y no arbitrariedad queda portentosamente resumida en una frase de una conferencia titulada Poesía y pensamiento. A propósito del poema "La palabra" de Stefan Georg presentada en el Burgtheater de Viena, el 11 de mayo de 1958, que dice: «Ninguna incertidumbre, ninguna duda, perturba la seguridad propia del poeta» [De camino al habla, ed. cit., p. 168]. En el Celo de Dios, especialmente en los capítulos 5 y 6, Sloterdijk se ha encargado de señalar y criticar las consecuencias negativas, que alimentan las manías totalitarias, de este tipo de posicionamientos, tanto por su objetivo como por su forma la obra se detiene tan sólo en los aspectos estructurales de dichos posicionamientos sin ahondar en la perspectiva de ningún particular, aunque dado el léxico escogido para las ejemplificaciones las referencias a Heidegger son claras. Sloterdijk, Peter, Celo de Dios, Siruela, Madrid, 2011.
30 En el mismo Celo de Dios (véase la nota anterior), Sloterdijk caracteriza dicha renuncia bajo el núcleo del abandono de la libertad y la aceptación de la sumisión, sin embargo, ya antes, en la caracterización del último hombre, Nietzsche había presentado los aspectos psicológicamente esenciales de este tipo de posicionamientos ante la vida. Podría decirse que este tipo de sujetos son motivados por la incapacidad de asumir positivamente el fracaso y persuadidos por el aleccionamiento negativo prefieren una vida de sumisión con orden y sentido, que una de libertad sin ellos.
31 Sloterdijk, Peter, Ira y Tiempo, Siruela, Madrid, 2010, p. 14. El lector debe observar que desde el título hasta el léxico Sloterdijk ensaya una reinterpretación en clave nietzscheana de los principales conceptos y temas de la ontología de Heidegger que en este caso en particular roza también los problemas en torno a la interpretación de la Poética de Aristóteles, Sloterdijk sugiere aquí una interpretación alternativa de la función pedagógica de la tragedia.
32 Es el quinto lema que Heidegger comenta en Hölderlin y la esencia de la poesía.
33 García Yebra, Valentín. Poética de Aristóteles, edición trilingüe, Gredos, Madrid, 2010, p. 243.
34 Bernabé, op. cit., pp. 151-174.
35 Nótese el paralelo con Heracles héroe cultural por antonomasia.
36 Fatum. Ir en contra de éste es también una característica muy propia de la heroicidad.
37 Lo más coherente, de acuerdo con sus palabras, es pensar que Hermes espera a que la tortuga muera de forma natural y dada la manera en como el dios se relaciona con el tiempo esto no parece ser imposible, aunque por supuesto tendríamos que evitar imputarle nuestra conciencia de la conservación ajena al contexto del himno.
38 En Temblores de aire, y siguiendo en ello de cerca a Nietzsche, Sloterdijk contrapone a la estética heideggeriana, dominada por la crítica del antropocentrismo moderno, el concepto de diseñador. A diferencia del esteta moderno motivado por el dominio sobre la naturaleza y en cuyo intento termina él mismo convirtiéndose en presa de sus ansias, como en el concepto de enajenación de Marx, el diseñador intenta llevar una relación armónica con su entorno, y ésta, más que una renuncia de sus altas aspiraciones de dominio termina por convertirse finalmente en la forma más lograda de realización. Sloterdijk, Peter, Temblores de aire, Pre-Textos, Valencia, 2003.
39 En el himno «así pensaba a la vez la palabra y la acción el glorioso Hermes» vv. 46-47.
40 Por lo cual resulta sumamente sugerente contrastar las historias de Hermes y Prometeo y en particular sus aportaciones a la cultura.
41 Bernabé, op. cit., p. 146, n. 30.
42 Así califica Heidegger las señales de los dioses, propias de la interpretación del hermeneuta, en la que dicha interpretación, como dijimos, significa ante todo la custodia de un mensaje (cfr., De camino al habla, ed. cit., p. 94), en Hölderlin y la esencia de la poesía.
43 En el Celo de dios Sloterdijk propone como solución al totalitarismo el respeto a la pluralidad a partir de la crítica de las lógicas lineales cuyos principios pueden retrotraerse a los sofistas, el escepticismo y el cinismo antiguos.
44 Cfr., Heidegger, Martin, ¿Qué significa pensar?, Terramar, La Plata, 2005 y Ejercitación en el pensamiento filosófico, Herder, Barcelona 2011.

Revista Observaciones Filosóficas - Nº 13 / 2011




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